La fidelidad y el rescate/7 - Una página bíblica de injusta servidumbre femenina y de justo sentido del trabajo.
Luigino Bruni
Original italiano publicado en Avvenire el 15/05/2021
«La historia enseña que cuanto menos se lee, más libros se compran».
Albert Camus, Jonás o el artista trabajando.
El diálogo entre Booz y Rut desvela al menos algunas dimensiones de la reciprocidad y de la relación entre el don, el esfuerzo y el mérito de cada uno. Son lecciones verdaderamente preciosas para este tiempo nuestro enamorado de la meritocracia.
La vida civil es una tupida red hecha de muchas reciprocidades. Está la reciprocidad del contrato, que nace de las necesidades mutuas y constituye el esqueleto de las ciudades, de los pueblos y de nuestra aldea global. Entrelazada con ella está la reciprocidad de la amistad, que se asemeja a la de los contratos (también es bidireccional, responde a alguna forma de condicionalidad, no es transitiva, necesita cierta equivalencia...), hasta tal punto que algunos autores del pasado la han visto con sospecha porque resultaba demasiado “mercenaria” (San Bernardo). Finalmente está la reciprocidad del ágape, donde la respuesta de B al amor de A no es necesaria para que A siga amando, si bien la felicidad de A se resiente por la no respuesta de B (pero no hasta el punto de dejar de amar). A esta reciprocidad agápica podríamos llamarla incondicional.
Cuanto más nos alejamos del contrato y nos acercamos al ágape, más formas indirectas asume la reciprocidad. En la reciprocidad indirecta positiva (también existe la negativa de las distintas formas de venganza), A realiza una acción que favorece a B y posteriormente puede recibir algo de C. En esta reciprocidad, cuando A actúa en favor de B, no sabe ni cuándo, ni cómo, ni si alguien (C) hará algo por él o ella (C–»A). El mutuo provecho, que es el corazón de la reciprocidad directa, es muy distinto en la indirecta, tan distinto y difuminado que parece ausente. Pero la vida sigue, y las comunidades humanas no mueren porque nosotros somos más grandes que nuestras reciprocidades directas y sus mutuos provechos. Por eso somos capaces de seguir queriendo a alguien aunque no estemos seguros de su respuesta, incluso aunque estemos seguros de su falta de respuesta.
La reciprocidad indirecta es esencial, por ejemplo, en la relación con los hijos e hijas, a los que amamos hasta lo imposible no porque pensemos, y mucho menos pretendamos, que nuestro amor (A) por ellos (B) vaya a producir mañana una reciprocidad directa suya hacia nosotros (B–»A), sino porque esperamos que el amor que reciben de nosotros les haga capaces de amar a otros (B–»C); y de este modo sigan alimentando la gran cadena de la reciprocidad social que, tal vez, un día, de alguna forma, pueda llegar hasta nosotros (D–»A). Cuando no se practica esta reciprocidad indirecta, la relación entre padres e hijos se vuelve objetivamente incestuosa. Con los hijos somos espigadores de último grado. A nosotros apenas nos quedan unas pocas espigas en los años de las cosechas más generosas.
«Booz respondió a Rut: -Me han contado todo lo que hiciste por tu suegra después de que murió tu marido: que dejaste a tus padres y tu pueblo natal y has venido a vivir con gente desconocida» (Rut 2,11). Booz (C) se entera de que Rut (A) ha tratado bien a su suegra Noemí (B), y aun siendo un pariente lejano, se siente movido a tratar con benevolencia a Rut (C–»A). Claramente, por el relato sabemos que cuando Rut, en el camino de Moab a Belén, decidió seguir a Noemí, no tenía en mente ninguna recompensa futura, y mucho menos la de Booz. Ella actuó siguiendo su instinto, su vocación, sus motivaciones intrínsecas. Pero la vida es capaz de sorprendernos, y la benevolencia que sembramos en nuestro campo florece en el campo de otro, o el pan que arrojamos generosamente y sin cálculos «por la superficie del mar» lo vemos regresar «al cabo del tiempo» (Qohelet 11,1).
Booz sigue hablando con Rut: «El Señor te pague esta buena acción. El Dios de Israel, bajo cuyas alas has venido a refugiarte, te lo pague con creces» (Rut 2,12). Booz desea a Rut una “paga” con creces. La palabra hebrea usada, poco frecuente, es mascoret, y significa salario. La encontramos en el Génesis, en la relación entre Jacob, emigrante también, y su futuro suegro Labán: «Labán dijo a Jacob: -Dime qué salario quieres» (29,15). Esta es la primera vez que aparece en la Biblia la palabra salario. El salario que Labán pagó a Jacob fue Raquel, que se convertiría en su amadísima esposa. El libro de Rut continúa narrándonos dos historias en paralelo: la de la inmigrante moabita y la de la salvación y la promesa.
«Rut dijo: -Ojalá sepa yo agradarte, señor; me has tranquilizado y has llegado al corazón de tu sierva, aunque no soy ni una esclava tuya» (2,13). Sierva, esclava. No consigo acostumbrarme al lenguaje que usa la Biblia cuando las mujeres se relacionan con los hombres, sobre todo con los de un estatus superior. Podemos seguir estrategias hermenéuticas y lingüísticas creativas y difuminar estas palabras (usando “criada” en lugar de esclava); o bien podemos permanecer de pie ante estas palabras duras como nos quedamos de pie ante una lápida erigida al dolor de las mujeres en la historia humana. Para recordar, para no olvidar. Y para no quedarnos tranquilos hasta que ese dolor sea eliminado para siempre de toda la tierra.
«Cuando llegó la hora de comer, Booz le dijo: -Acércate, come de este pan y moja la rebanada en la salsa. Ella se sentó junto a los segadores, y él le ofreció grano tostado. Rut comió hasta quedar satisfecha, y todavía le sobró» (2,14).
Booz es el primer artífice de esta paga. En la Biblia, sobre todo en el libro de Rut, las promesas de recompensa para los justos son pedidas a Dios pero realizadas en primer lugar por hombres y mujeres. Booz primero pide a Dios que conceda a Rut un salario pleno, pero después él mismo se ocupa de que ese salario justo y abundante se concrete. Estas son las oraciones más hermosas: antes de la comida pedimos a Dios que provea el pan para quien carece de él e inmediatamente después de comer somos nosotros quienes nos convertimos en el medio por donde ese pan viaja y llega a los pobres. Pedimos por la paz en el mundo y después nos convertimos en instrumentos de paz cambiando nuestros ahorros a bancos que no financian armas. Pedimos al Padre un mundo más justo y después trabajamos por la justicia en nuestra ciudad y en los salarios de nuestra empresa.
«Después se levantó a seguir recogiendo espigas, y Booz ordenó a los criados: -Aunque espigue entre las gavillas, no la riñáis, y hasta podéis tirar algunas espigas del manojo y las dejáis, y no la reprendáis cuando las recoja» (2,15-16). Rut, una vez terminado el diálogo con Booz, vuelve a trabajar, y el hombre se queda solo con sus obreros. El diálogo entre estos hombres nos revela un detalle de gran importancia. Booz, para expresar su benevolencia con Rut, hubiera podido regalarle directamente la cebada, utilizando explícitamente el registro del don. Sin embargo, recurre a una estrategia compleja, que involucra a sus segadores. Rut no sabe que las espigas que encontrará en su espigueo no son solo fruto de su esfuerzo y habilidad, sino también, tal vez sobre todo, de la benevolencia de Booz. Pero Booz prefiere que Rut se gane su salario trabajando.
Nos encontramos ante una de las páginas bíblicas más densa y bellas sobre el significado del trabajo. Si Booz hubiera tomado cebada de su almacén y hubiera dado a Rut la misma cantidad de grano que ella recogió en todo un día de trabajo, la contabilidad de la empresa de Booz no habría registrado ninguna diferencia en los ingresos, pero la experiencia y la dignidad de Rut habrían sido muy distintas. El don es muchas veces una experiencia humanamente positiva y rica, pero cuando lo ponemos como alternativa al trabajo, es raro que sea bueno. Incluso en un mundo de “siervos”, donde al trabajo le faltaban muchos de los derechos y garantías que la civilización humana ha desarrollado durante los siglos posteriores, la Biblia nos dice que existe un valor añadido en ganar el salario con el trabajo en lugar de recibirlo como regalo-don del dueño. Hace dos mil quinientos años el trabajo era mucho más frágil e injusto que ahora, y sin embargo la Biblia nos dice que la cebada ganada trabajando es mejor que la cebada regalada. De este modo nos dice también que un buen empleador debe hacer todo lo posible para que sus trabajadores no se sientan siervos que reciben regalías arbitrarias de jefes benevolentes, sino personas que ganan el salario con su esfuerzo y su ingenio. El día en que empezamos a pensar que nuestro salario no viene ya de nuestro trabajo porque nos hemos vuelto inútiles para la empresa que sigue pagándonos el sueldo con benevolencia, ese día comienza una etapa muy t-riste del trabajo y de la vida, que debe acabar pronto.
Pero en este pasaje de Rut hay más. Booz sabe que Rut, con su trabajo normal, ya facilitado, no podría ganar lo suficiente para ella y para Noemí. Por eso ordena a los segadores que dejen caer “aposta” las espigas. Ella no lo sabe, y cree que las espigas recogidas son enteramente fruto de su trabajo y talento. Y la Biblia nos dice que es bueno que lo piense. Pero nosotros sabemos, con la Biblia, que no es del todo así. Su percepción sobrevalora, de buena fe, la relación entre esfuerzo, talento y resultados.
Aquí se nos desvela una forma justa y honesta de leer la relación entre mérito y salario. También nosotros sobrevaloramos el papel de nuestros méritos en nuestros resultados. Tampoco nosotros lo sabemos, pero detrás de nuestras buenas cosechas a menudo hay un Booz (que en el libro es también imagen de un rostro bueno de Dios) que ha hecho que las espigas sean mayores que nuestros esfuerzos y talentos. Hemos acabado “por casualidad” espigando en un determinado campo, nos hemos encontrado con un joven capataz bueno que no nos ha expulsado, y después ha llegado Booz que, “por casualidad” era pariente de nuestra suegra; hemos resultado de su agrado y Booz nos ha protegido de las molestias de otros trabajadores, nos ha dado de beber y de comer, nos ha pasado del tercer nivel del espigueo al segundo de los trabajadores, y finalmente ha pedido que dejen caer “adrede” algunas espigas para nosotros.
Detrás de nuestros salarios hay todo eso. No debemos olvidarlo, sobre todo cuando, en nombre de la meritocracia, debemos medir y valorar los resultados, los méritos y los salarios de quien pasa en tercer lugar, cuando las espigas ya casi se han terminado. Nuestras cosechas no coinciden con nuestros méritos.
«Rut estuvo espigando en aquel campo hasta la tarde, después vareó lo que había espigado y sacó media fanega de cebada. Se la cargó y marchó al pueblo» (Rut 2,17-18).