El misterio revelado/7 – Salvamos el nombre no venerando el pasado sino custodiando el futuro.
Luigino Bruni
Publicado en Avvenire el 15/05/2022
«Si yo fuera un ángel recorrería todo el mundo.
Iría a Afganistán
y más abajo a Sudáfrica,
a hablar con América.
Y si no me derriban
hasta con los rusos hablaría».
Lucio Dalla, Se io fossi un angelo
El sueño del árbol de Nabucodonosor y la interpretación de Daniel desvelan la naturaleza del poder y el secreto para su conversión y salvación.
Podríamos atravesar toda la Biblia siguiendo sus árboles y sus plantas. Sería un viaje maravilloso. Aunque, misteriosamente, en el Arca de Noé no encontramos plantas, solo animales, como si los árboles no compartieran la misma vida y la misma muerte de los demás seres vivos. Los árboles y las plantas son protagonistas esenciales de los relatos bíblicos – encinas, kikaion [ricino], viñas, higueras, cedros, sicomoros, retamas, almendros, zarzas… Las civilizaciones antiguas se sentían fascinadas por la inteligencia diversa de las plantas y del mundo vegetal. Entendían sus lenguajes distintos, las incluían dentro del mismo ritmo de la vida, no tenían demasiada prisa y por tanto podían alinear su alma con la de los demás seres vivos. Intuían que el espíritu de la vida que fluía dentro de los árboles era el mismo espíritu que los habitaba y llenaba el mundo. Sabían que los árboles y los bosques tenían mucha sabiduría que enseñar: eran mansos y totalmente vulnerables, no huían ante el peligro, sino que permanecían firmes cuando llegaba la tormenta, el terremoto o la inundación. Sentían que todo estaba en una misteriosa relación de amor con todo.
Entre todas las plantas, los grandes árboles eran los más fascinantes. Los veían crecer hacia abajo y hacia arriba, hundirse en el suelo sedientos de oscuridad y encaramarse hacia el cielo ávidos de luz. Morían cada otoño y resurgían cada primavera, y eran los primeros signos y “sacramentos” de la gratuidad generosa de la naturaleza y de la vida que nos ama más allá de nuestros méritos – los árboles no son meritocráticos –. Las estrellas estaban demasiado lejos y eran difíciles de descifrar, pero todos, cuando se cobijaban a la sombra de un gran árbol y miraban hacia arriba, a la inmensidad, que ya era inmensa cuando todavía eran niños, naufragaban y advertían un murmullo de eternidad. Y aprendían algo del infinito y de los dioses. Pero para comprender los lenguajes y los signos de la vida, al hombre antiguo no le bastaban las horas de vigilia, necesitaba el sueño y los sueños. Porque cuando cerraba los ojos, caían los límites y los vínculos de una existencia difícil y casi siempre triste, y entonces, con los ojos cerrados, todo se hacía posible. Y hablaban con ángeles, con demonios, con antepasados y algunas veces con Dios. Con el desencantamiento del mundo hemos olvidado cómo se cierran los ojos, pero quedan algunos restos en los sueños de los pobres y en los sueños estupendos de las abuelas.
El cuarto capítulo del libro de Daniel comienza con otro sueño de Nabucodonosor, que de nuevo le produce sobresalto. Ordena a todos los sabios, astrólogos y magos de Babilonia que le expliquen el sueño, pero estos no lo consiguen. Al final llega Daniel, y el rey le narra su sueño: «Vi un árbol gigantesco en medio del orbe: el árbol se hacía corpulento, su copa tocaba el cielo, se le veía desde los cabos de la tierra. Su follaje era hermoso, de sus frutos copiosos se alimentaban todos, bajo él se guarecían las fieras agrestes y en su ramaje anidaban las aves del cielo; sustentaba a todos los vivientes» (Daniel 4,7-10). Un concentrado de símbolos y de palabras. En la cima que roza el cielo revive la imagen de Babel, que dispone para el lector bíblico un ambiente de poder y soberbia (hybris). El árbol que alimenta a “todos los vivientes” recuerda al árbol de la vida, con el que se abre (Génesis) y se cierra (Apocalipsis) la Biblia. Es también una imagen de la antigua tradición del árbol cósmico, que encontramos en leyendas y mitos de muchos pueblos (ej. Yggdrasill). El sueño continúa y llega a su lado más oscuro: «Vi bajar del cielo un guardián sagrado que gritó con voz fuerte: Derribad el árbol, tronchad su ramaje, arrancadle el follaje, esparcid sus frutos; que huyan de su sombra las fieras y las aves de su ramaje. Dejad en tierra solo el tocón con las raíces. Encadenado con hierro y bronce pacerá la hierba; mojado de relente, compartirá con las fieras los pastos del suelo» (4,10-12).
La gran cultura babilónica y las que la siguieron en Israel (persa y griega) sabían que las raíces eran el corazón del árbol. Observando la vida de los árboles habían comprendido que el centro de la vida vegetal no estaba arriba ni en el gran y fuerte tronco, sino humildemente escondida en el humus, en la oscuridad, en el reino de lo invisible. Y entonces un retoño podía florecer incluso en un tocón (como el retoño de Jesé). Tampoco el gran árbol abatido es ajeno a las leyendas (Kalevala, por ejemplo). Pero el lado oscuro del sueño no acaba con la tala del árbol. El guardián (una figura parecida a un ángel, muy querida por los apócrifos del Antiguo Testamento) sigue hablando: «Perderá su corazón de hombre y adquirirá un corazón de fiera, y pasará en ese estado siete años. Lo han decretado los guardianes, lo han anunciado los santos» (4,13-14).
Una vez narrado su sueño, el rey espera de Daniel la interpretación, que llega después de alguna vacilación: «El árbol gigantesco que viste, cuya copa tocaba el cielo y se veía hasta los cabos de la tierra … eres tú mismo, majestad; porque tu poder es inmenso» (4,17-19). Eres tú mismo, majestad: unas palabras que recuerdan mucho a las tremendas y estupendas pronunciadas por el profeta Natán después de haber contado al rey David la parábola de la oveja robada: “ese hombre eres tú” (2 Sam 12,7). Los profetas no tienen miedo de llamar a los poderosos por su nombre ni de usar la segunda persona del singular, sobre todo cuando tienen que comunicar un mensaje difícil – en las interpretaciones honestas de los sueños incómodos para los jefes es donde los verdaderos profetas se revelan radicalmente distintos de los falsos –.
Así pues, el árbol grande, que ocupa toda la tierra, un árbol bueno y fecundo, es el reino de Nabucodonosor. Ahora ya tenemos los elementos necesarios para seguir la exegesis de Daniel del resto del sueño: «Te apartarán de los hombres, vivirás con las fieras, pacerás hierba como los toros, te mojará el relente, y así pasarás siete años» (4,22-23). El árbol talado es el rey. Será privado de su reino, será expulsado de la ciudad y vivirá como una bestia en medio de las bestias. Siete años deberán transcurrir. El número siete expresa un tiempo indefinido y en todo caso largo. Entonces Daniel concluye su explicación: «Mandaron dejar el tocón con las raíces porque volverás a reinar cuando reconozcas que Dios es soberano» (4,23). La muerte no será para siempre. La raíz sigue viva, el ángel ha talado solo el tronco.
El sueño del rey y la interpretación de Daniel contienen una enseñanza sobre el poder. La Biblia tiene una idea coherente acerca del poder de los reyes, a veces representada con la imagen de un gran árbol (por ejemplo, en Isaías 14 y en Ezequiel 31). Sabe que los imperios, por su naturaleza, están sujetos a la corrupción, porque convertirse en un árbol demasiado grande es algo intrínseco a la dinámica misma del poder, hoy como ayer. Los árboles del poder no saben quedarse pequeños. Y cuando el poder se vuelve absoluto y el reino un imperio, los reyes y los poderosos se transforman en bestias. Pero la Biblia nos dice que existe, en los cielos, algo y Alguien más alto que el poder más grande, que juzgará a los señores de este mundo, porque existe una justicia por encima del árbol más grande de la tierra. No siempre logramos ver la tala del árbol del poder que nos oprime, pero mientras un oprimido abra la Biblia y encuentre esta profecía de Daniel, podrá esperar, de forma no vana, que el final del imperio llegue de verdad y comience una nueva liberación. La Biblia es también el don de una esperanza de última instancia, cuando pasan los años y los poderosos siguen creciendo, y no dejan de ser bestias.
Además, hay que señalar que la descripción que hace el libro de Daniel del imperio babilónico no es la de un poder cruel e injusto. Ese árbol da frutos y alimenta, y el tono del diálogo entre el profeta y el rey es recíprocamente cordial y amable – siempre resulta fuerte, sobre todo en estos días, ver a Daniel dialogando con un rey opresor, y ver cómo hablando es capaz de humanizarlo y domesticar sus pesadillas –. Entonces, el mensaje del sueño del árbol no va dirigido solo al poder excesivo, equivocado y cruel. Se trata de un discurso ético sobre todo poder, también sobre aquellos que, sobre todo al principio, no nos parecen especialmente injustos y despiadados, incluidos los poderes espirituales y religiosos. También los árboles buenos y fecundos se vuelven un día demasiado altos y anchos y deben ser talados, porque si no se talan se estropea también la raíz. La tala del árbol puede convertirse, y a menudo es así, en la salvación de la raíz y de uno mismo: no solo la raíz viva salva el tronco talado, sino que el tocón desnudo conserva su raíz. Solo los árboles grandes talados pueden conocer una nueva vida.
Hay un momento en el que un imperio – una persona, una comunidad, una empresa… – supera el umbral crítico en altura y anchura. Este umbral es invisible, entre otras cosas porque los frutos buenos y abundantes causan un efecto opiáceo e impiden ver que la grandeza se ha vuelto excesiva y que la bendición se está transformando en maldición. Crecemos demasiado, naturalmente pensando que eso es lo único bueno, convencidos de buena fe de que los grandes éxitos son signos de la verdad de nuestra historia. Nos olvidamos del pequeño rebaño, de las bienaventuranzas, del grano de mostaza, y nos identificamos con el gran árbol, creyendo que es más grande que la tierra. Si un día, una vez traspasado el umbral (que siempre se traspasa), llega alguien o algo a derribar el árbol, este derribo puede contener la única salvación posible. Al árbol y a sus habitantes todo les habla de muerte, pero si la raíz permanece viva, la cruz todavía puede florecer.
El mensaje del sueño es muy claro acerca de cómo salvar la raíz: la raíz no es el pasado del árbol, sino su futuro. Cuando el árbol finalmente cae, no nos salva salvando el gran pasado sino custodiando un pequeño futuro. Es la lógica profética del “resto”: la raíz es el resto fiel que volverá después de la tala. La salvación es un verbo conjugado en futuro. El resto que vuelve es un niño, un hijo. Es el nombre del hijo de Isaías – Sear Yasub: “un resto volverá” (Is 7,3). La raíz es el mañana del árbol, no su ayer.