ContrEconomía/8 - Más allá de la teología del sacrificio-mérito y de la visión comercial de Dios.
Luigino Bruni
Publicado en Avvenire el 23/04/2023
“La avulsión de las Iglesias protestantes de la Iglesia católica fue un desastre mucho más profundo que el de los cismas orientales”.
Giuseppe De Luca, Introduzione all’Archivio Italiano per la storia della pietà.
Por desgracia, la época de la Contrarreforma también generó una peligrosa visión del dolor, que tanto daño hizo al pueblo católico, especialmente a las mujeres.
La Biblia nos reveló un Dios distinto de los dioses naturales. No eligió reconocer el sentimiento religioso que ya existía en el mundo dando nuevas formas a los antiguos cultos y ritos de la fertilidad, la muerte y la cosecha. Por el contrario, la Biblia y luego los primeros cristianos hicieron todo lo posible por salvar la novedad de su Dios. Lo defendieron y custodiaron hasta el punto de llamar “ídolos” a todos los demás dioses. Y cada vez que en la historia bíblica el pueblo de Israel produjo un ídolo, lo hizo porque no podía estar a la altura de un Dios demasiado diferente, y por eso quería un “dios como todos los demás pueblos”, un dios más simple, tangible, al alcance de la mano y del incienso.
Y así, el pueblo hizo los becerros de oro, y los profetas los destruyeron. Los profetas sabían también que en los cultos de la naturaleza había una presencia misteriosa del Dios verdadero: "Los cielos narran la gloria de Dios" (Salmo 19). Lo sabían bien, pero sabían aún más que era absolutamente necesario distinguir al Dios que nos llega "desde el cielo" de los cultos que intentan alcanzarlo "desde la tierra", porque el poder de la tierra se comería la frágil novedad del cielo. Y manteniendo en lo más alto el misterio de Dios, mantuvo muy en alto nuestra dignidad, y durante tres mil años no ha dejado de repetirnos: "no estáis hechos a imagen de un ídolo".
Sin embargo, la historia del cristianismo medieval y moderno es algo diferente. Al encontrarse con los pueblos de Europa, a menudo se toleró que la gente continuara con sus ritos naturales del campo, que se cultivaran sus espíritus locales y que se "bautizaran" los cultos anteriores con nombres cristianos. Y nació así la Europa cristiana. Mientras el humanismo bíblico había intentado liberar a los hombres y mujeres vaciando el mundo de tantos espíritus y demonios, los cristianos lo dejaron habitado por ángeles, santos y demonios, esperando, quizás de buena fe, que esta sustitución bastara para liberar a los seres humanos del miedo a la muerte y al dolor.
Con el fin del Medioevo y la llegada del Humanismo, se hizo evidente para muchos que la Iglesia romana medieval necesitaba urgentemente una reforma general (basta pensar en las tesis de Erasmo de Rotterdam). La Reforma de Lutero cambió y complicó los planes. La reacción de la Contrarreforma católica bloqueó esa primera temporada de renovación interna y produjo una restauración sobre los aspectos justamente más criticados por Lutero, que eran realmente, y aquí está el punto, los más necesitados de una verdadera reforma. Así, las viejas prácticas místicas (culto a los santos, devociones, indulgencias, votos, reliquias, ...) se convirtieron en un rasgo distintivo de la Iglesia católica. Aquí está la raíz de muchos de nuestros males.
Veamos de cerca el gran tema del sacrificio. También el sacrificio está en las religiones y cultos antiguos, es parte del repertorio religioso natural. Lutero libró una batalla campal contra la idea de la misa como sacrificio: "La misa es lo contrario de un sacrificio" (Lutero, Obras Completas, 6, 523-524). Además de criticar la Eucaristía como sacrificio, Lutero refutó también la antigua idea de que la misa fuese una repetición del sacrificio de la cruz. La reacción católica fue muy fuerte. El sacrificio se convirtió en un pilar de la teología, la liturgia y la piedad: "Una verdadera esposa de Cristo que vive una vida de sacrificio es un espectáculo de belleza sobrehumana ante Dios" (D. Gaspero Olmi, Cuaresma para monjas, 1885, p. 12).
La cruz de Cristo produjo entonces nuestras cruces: "Las cruces vienen de Dios. Las cruces son necesarias porque Dios así lo ha establecido. Los verdaderos penitentes están siempre crucificados". (Ibid., p. 26). Porque Jesús "sacrificó su corazón en Getsemaní, sacrificó su honor en el tribunal, sacrificó su vida en el Calvario" (p. 291). En un manual de devoción para mujeres leemos: "Este es el propósito de Dios al afligirnos: quiere que la aflicción no sólo sirva para purificar las faltas pasadas, sino también para mejorar nuestras vidas" (G. Fenoglio, La vera madre di famiglia, 1897, p. 250). Los tres votos de las monjas se entendían entonces como "los tres clavos" de la cruz, y la virginidad como "el sacrificio del cuerpo hecho al Señor" (Ejercicios espirituales dados a las monjas dominicas del monasterio de Santiago y San Felipe de Génova, Roma, 1821, p. 70). La ofrenda de dolores a Dios unida a los dolores de Cristo, de María y de los santos se convirtió así, en la época de la Contrarreforma, en la oikonomía más floreciente en los países latinos, y en ella una increíble proliferación de las penitencias más dolorosas, sobre todo en los monasterios femeninos.
¿Cómo hemos transformado el Evangelio en una religión del sufrimiento y del dolor? ¿Cómo fuimos capaces de creernos el engaño de que el Dios Amor de Jesús era un "consumidor de dolores humanos" y que las primicias que más le agradaban eran nuestros sufrimientos? La Biblia, Antiguo y Nuevo Testamento, sabía que las divinidades que aman la sangre de sus hijos se llaman ídolos. El Dios bíblico, el Dios de Jesús, no es un ídolo porque no consume el dolor de sus hijos e hijas, porque no quiere aumentarlo sino reducirlo. "Misericordia quiero, no sacrificio", nos repiten Oseas y Jesús, que sabían que la lógica del sacrificio y la lógica del hesed y del ágape son incompatibles. El Dios bíblico no ama los sacrificios porque nos ama a nosotros. Sacrificio es una palabra ambivalente incluso en las relaciones humanas -es un error leer tu amor por mí como tu disposición a sacrificarte-, pero es realmente muy peligrosa cuando se utiliza para entender la relación con Dios, porque la transformamos en un ídolo.
"He perdido el mérito de tantos ayunos, de tantas mortificaciones... oh qué infeliz" (ibid., p. 71), volvemos a leer en los Ejercicios Espirituales para Monjas. En efecto, el sacrificio está asociado a una teología del mérito, otra palabra combatida por la Reforma (y por ello muy amada por la Contrarreforma). Los sacrificios crean y aumentan los méritos: "Pero las ventajas más resplandecientes para los amantes de esta virtud virginal están reservadas para la otra vida. Las vírgenes en el paraíso serán más felices" (Cuaresma para monjas, cit., p. 79). La vida terrena se convierte así en una especie de gimnasio eterno donde debemos entrenarnos a sufrir para merecer en el futuro posibles victorias en las carreras de los campos elíseos.
Desde este punto de vista, la Contrarreforma no generó una idea de Dios como nuestro liberador y primer "Goel" (Job, Ruth), el fiador que alza su mano para salvarnos de los dolores evitables de la tierra. Esa idea de Dios ha complicado la vida a los hombres, y aún más a las mujeres. La vida religiosa se presentaba como un largo y constante sacrificio para merecer el paraíso, bajo la constante visión del infierno: "Que cada uno de vosotros se traslade ahora a esa dolorosísima prisión, en la que se encierra a las almas rebeldes. Oiréis los gritos, los gemidos y los llantos desesperados. Con esta tétrica imagen ante los ojos, comienza cada una de vosotras a meditar..." (Ejercicios Espirituales..., cit., p. 124). El dolor venía alentado porque era la "moneda divina" para ganar méritos para nosotros y para los demás: "Entre los grandísimos bienes que produce la confesión, el primero es el dolor. Ya que la confesión es un juicio, donde la penitente es la acusada y el sacerdote el juez" (Ibid., p. 128). Y así, los mensajes evangélicos de amor mutuo, de gratuidad y de compasión quedaron cada vez más en el trasfondo de una teología y una práctica dolorosas, no del todo superadas - Marco, el sobrino de una colega, en el día de su primera confesión, se bloqueó justo cuando recitaba: “porque pecando he merecido tus castigos”.
Significativos son los nombres elegidos para las niñas en los países católicos de siglos pasados: Dolores, Mercedes, Addolorata, Catena, Crocifissa, y los nombres de las Congregaciones femeninas en la época de la Contrarreforma: hermanas víctimas, crucificadas, esclavas, humilladas... Y así, los católicos y católicas han experimentado con demasiada frecuencia a un Dios que estaba del lado equivocado, que quería sus sufrimientos en el más acá, tal vez para recompensarlas en el más allá. Hoy, la teología católica se ha distanciado de la teología de la expiación y de la lectura sacrificial de la pasión de Cristo: "De lo contrario se corre el riesgo de no apuntar la mirada en la correcta dirección hacia el misterio de Dios" (Giovanni Ferretti, Ripensare evangelicamente il sacrificio, 2017). La lógica del sacrificio se transforma en la lógica del don, que es su opuesto, ya que es pura gratuidad.
Mientras tanto, sería necesaria una verdadera purificación de la memoria de la Iglesia católica, especialmente por lo ocurrido en los monasterios y en los conventos femeninos. Hemos pedido perdón tardíamente a Galileo Galilei; hay decenas de miles de víctimas que esperan desde hace demasiado tiempo nuestras disculpas colectivas después de las solemnes y sentidas disculpas de San Juan Pablo II en el Gran Jubileo del año 2000, a las que, aquí, añado las mías. El dolor en el mundo existe y la civilización humana debe hacer todo lo posible por reducirlo, y Dios -el Dios revelado en Jesucristo- es el primero en quererlo. Cuando llega el dolor, hay que experimentarlo ética y espiritualmente de la mejor manera, pero ojo con pensar y decir que es Dios el que lo envía, o el que lo disfruta.
Las implicaciones civiles y económicas son considerables también en este caso. La idea de la meritocracia nació en Estados Unidos y desde ahí se exportó a todas partes. Nació en un entorno calvinista, y por tanto anti meritocrático, que secularizó el mérito y lo transformó en una categoría económica. Pero no debe sorprendernos que los países católicos sean los más entusiastas de la meritocracia: la Italia de hoy ha incluido la palabra "mérito" en el nombre del Ministerio de Educación. La teología basada en el binomio sacrificio-merito produce entonces una visión comercial de Dios y de la vida. Cuanto más te sacrificas, más recibes: Dios se vuelve un contable pasivo de deudas y créditos, y la gratuidad-gracia abandona la escena en un mundo pelagiano en el que nos salvamos a solas, por nuestra cuenta, ganando méritos con la moneda del sufrimiento. Pero hay más. La categoría de mérito vinculada al sacrificio produjo la idea de que la virtud necesita sacrificio y sufrimiento y que los verdaderos méritos son los que nos hacen ganar el paraíso o el purgatorio. De modo que la recompensa más valiosa por el sacrificio no es el salario, la vil moneda.
De aquí se pasó rápidamente a decir que las ocupaciones femeninas -como la escuela, el aseo, el servicio, el trabajo de las consagradas- no deben pagarse demasiado, porque de lo contrario el dinero reduce la pureza del "sacrificio" y de sus verdaderos méritos: "El fruto de las riquezas está en despreciarlas. La intención principal de Dios al conceder las riquezas es que obtengamos de ellas mérito e interés para la otra vida" (Fenoglio, La vera madre, cit., p. 248). Vuelve el gran tema del peso excesivo y asimétrico que soportan las mujeres. En la Gaya Ciencia de Nietzsche, el loco anuncia, como un grito desesperado, que "Dios ha muerto" y que "nosotros fuimos los que lo matamos". Estamos dentro de una civilización que ha decretado la muerte de Dios, lo vemos todos los días. Pero puede haber una luz dentro de esta noche, que quiero expresar como una pregunta susurrada: ¿Y si el "dios muerto" fuese ese dios demasiado alejado del corazón de las mujeres y de los hombres? ¿Y si entonces esta muerte guardase el amanecer de una resurrección?