Editorial – Lógica posicional y cooperativa
Luigino Bruni
publicado en Avvenire el 11/08/2024
El homo sapiens es un animal competitivo. Durante mucho tiempo nuestros competidores han sido los acontecimientos naturales, los animales predadores, las otras comunidades humanas, rivales debido a los pocos recursos. Detrás de la fascinación que ejercen en nosotros las carreras, los saltos y las flechas hay rastros de un ADN colectivo que ha realizado esas acciones esenciales durante decenas de miles de años, de cuyo éxito dependía frecuentemente la supervivencia. Y a partir de ahí, es el llamado primordial que nos encanta y nos jala hacia el televisor y los estadios.
Las olimpíadas son una gran expo de la comedia humana, una celebración de algunas de las mejores dimensiones de lo humano. Esa excelencia expuesta y celebrada es fruto de virtudes que apreciamos y deseamos para nosotros y para todos. Entre estas, están la capacidad de auto-disciplina, la tenacidad, la aceptación de la derrota, la lealtad, a punto tal que hemos incluso inventado un sustantivo síntesis: la deportividad. Y sería difícil encontrar a alguien que niegue que estas son virtudes universales que valen para cualquier ámbito de la vida.
Junto a estas virtudes evidentes hay otros aspectos más controversiales. Entre estos, hay cierto ambiente militar que rodea el deporte, y más aún las olimpíadas, hecho de banderas y por lo tanto de aquel patriotismo que para algunos es virtud, pero para otros (me incluyo) no lo es – después de un gran evento deportivo global, la idea de Europa, por ejemplo, sale siempre debilitada. Aunque se podría invertir esta legítima crítica: el deporte es también una elaboración narrativa y simbólica de la violencia para transformarla en su opuesto. Es metamorfosis de la guerra, es su resurrección.
Y tal vez, mirando esas espadas flexibles y sin punta que hacen encender solamente una luz verde o roja y esas lanzas arrojadas sin ningún enemigo a quien pegarle, podemos incluso ver cierta realización de la gran profecía de Isaías: “Convertirán sus espadas en arados y sus lanzas en hoces… y ya nadie se entrenará para la guerra” (Is 2:4).
Una vez reconocida esta belleza, podemos y debemos, no obstante, tratar de decir algo más. El deporte, bien mirado, es un gran fenómeno cooperativo. Eso es evidente en el deporte de equipo, pero no es menos esencial en el individual. Detrás de lo que parece talento y habilidad de un atleta individual hay en verdad un “pueblo entero”, hecho de entrenadores, técnicos, médicos, federaciones, sociedades deportivas amateurs, acompañantes de entrenamiento y muchos otros más. Entre estos “muchos otros” están también los rivales, compañeros fundamentales de todo atleta, porque la habilidad del que compite con nosotros es un ingrediente decisivo en nuestros buenos resultados – algo malo en un potencial campeón es no tener suficientes competidores excelentes. En el deporte (y en la vida) también la competencia es una forma de cooperación.
Y sin embargo, en la narrativa deportiva es justamente la dimensión cooperativa la que falta, dominada y enmudecida por esa que se construyó sobre la rivalidad y el medallero. El éxito de una performance se mide sobre la sola base de la medalla; un cuarto puesto es considerado una derrota, al punto que la federación italiana presentó una apelación (no escuchada) para tranformar en tercer puesto un excelente cuarto lugar con récord para Italia, claramente en perjuicio de otra atleta.
Es de hecho la lógica posicional la que deja en crisis la gran metáfora olímpica, además porque en las olimpíadas se hace más fuerte y absoluta. El que hace deporte y lo ama sabe muy bien que el “éxito” en un evento deportivo es una función de muchas variables. Con el resultado final del ranking, que sin dudas cuenta, está el propio mejoramiento, está la entrada de las primeros vueltas acompañada del calor de la multitud, y sobre todo está la participación al evento deseado y soñado desde pequeño. Terminamos ridiculizando el lema de De Coubertin – “Lo importante es participar”–, que marcaba cuál era el “premio” del deporte: poder competir, como nos han recordado la nadadora Francesca Fangio después de su eliminación y Giulia Gabrielleschi después de su sexto puesto.
Cuando se absolutiza entonces la dimensión posicional del deporte, las victorias y las medallas, ese gran espectáculo que son las olimpíadas se estropea. La villa olímpica vista desde afuera (no desde adentro) pierde su estupenda democraticidad e igualdad y se divide en ganadores y perdedores, el deporte se convierte en la apoteosis de la desigualdad de las sociedades de los “happy few” (“los pocos afortunados”) – los ganadores de medallas olímpicas en el mundo son mucho menos que los multimillonarios. Hay una coherencia entre un deporte que ve sólo las medallas y una sociedad que ve sólo el PIB – por cierto, es casi perfecta la superposición entre el ranking del medallero y el del PIB.
El deporte siempre fue así. Siempre las lágrimas de alegría de los vencedores necesitaron las lágrimas de tristeza de los perdedores. Desde siempre yo puedo ser el primero solo si existen los segundos y los útimos. Es cierto. Pero la dimensión posicional está aumentando junto a la extensión de la cultura del capitalismo fundado en los dogmas de la meritocracia y el liderazgo. De hecho, la larva no está en las comunidades deportivas. La enfermedad emerge cuando tomamos al deporte y lo convertimos en metáfora del mundo, cuando el ranking, los ganadores y el medallero abandonan los estadios y las piscinas y se extienden a otros campos. Porque ese “juego de suma cero” (-1/+1), que es una dimensión importante de la competencia deportiva, no es el juego de la vida económica y civil, que es, por el contrario, el lugar de los “juegos de suma positiva” (+1/+1). En la cooperación económica y civil no solamente no cuentan los rankings, sino que su lógica es radicalmente diferente: un intercambio entre un grande y un pequeño puede ser para ambos más ventajoso que un intercambio entre dos “grandes”.
En las empresas y las oficinas también están las dimensiones posicionales; pero la economía y la sociedad son primero y antes que nada redes cooperativas, donde mi “victoria” no necesita de la “derrota” de otro. Las medallas al mérito, que lamentablemente están aumentando en nuestra sociedad posicional, deshilachan las relaciones laborales y empeoran el “desempeño” de todos.