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El trabajo, de verdad

Este tiempo y este Primero de Mayo

Luigino Bruni

Original italiano publicado en Avvenire el 01/05/2020.

Cuando la vida, sin pedir permiso, frena nuestra carrera, nos permite hacer grandes descubrimientos. Nos permite entrar por fin en una nueva relación con los seres vivos que necesitan tiempos más lentos, profundos y dilatados para dejarse ver y “hablar”. Los ancianos, los enfermos, la naturaleza, las plantas y los ríos son portadores de una calidad de vida que permanece muda cuando está obligada a mantener el ritmo desenfrenado de los negocios.

En estos meses de inmenso dolor, muchos han aprendido las primeras palabras del lenguaje de los tiempos lentos. Algunos incluso han aprendido a hablar con los ángeles, otros con los demonios, y algunos con ambos. Al recorrer cada día los mismos doscientos metros, finalmente hemos visto, conocido y reconocido el ambiente que rodea nuestra casa. Nos hemos dado cuenta de cuántas cosas hay allí, apenas tras la puerta, y cuánta vida nos rodea sin que lo apreciemos.

Al caer en esta enorme reducción colectiva de la velocidad también hemos visto mejor y de otra forma el trabajo. Al no poder trabajar muchos de nosotros – o al no poder hacerlo como sabíamos o como nos gustaría –, en este letargo del homo faber y del homo oeconomicus, se ha liberado espacio para otras dimensiones de la vida. La economía se ha visto obligada a retroceder – nunca lo habría hecho espontáneamente – y a convertirse en una palabra más de la vida (no ya la única ni la primera ni la última, sino simplemente una palabra entre muchas). Y en este espacio liberado nos hemos dado cuenta de cuánta vida hemos inmolado y sacrificado a una economía que había crecido demasiado rápidamente y de forma desequilibrada. No lo olvidemos.

Lo primero que hemos visto es cuánta economía hay dentro de casa, en nuestra familia.

En el eclipse de la economía política, ha renacido la economía doméstica, el Oikos-nomos: la administración de la casa. En este gran silencio de las fábricas, las oficinas y las plazas, la primera realidad que ha surgido con una fuerza extraordinaria es la casa. Todas las innovaciones que hemos experimentado, desde el smart work a los webinars, que han permitido que nuestro PIB y nuestras instituciones no hayan caído en un abismo demasiado profundo, han sido posibles gracias a la presencia de un cuerpo intermedio, fundamental y maravilloso, que se sitúa entre las organizaciones y los individuos: la familia, y dentro de ella especialmente las mujeres y las madres.

Si alguien ha visto trabajar desde casa a los padres, y sobre todo a las madres, coordinando una “administración” improvisamente mucho más compleja y complicada – acompañar las clases online, soportar colas larguísimas para hacer la compra, supervisar a distancia a los padres que están lejos o en una residencia – si se ha fijado bien habrá visto la contribución esencial de las familias, de las mujeres, a la gestión y a la superación de esta crisis inédita. No debemos olvidar lo que hemos visto. En este sentido, también al fin hemos entendido dónde se encuentra verdaderamente el corazón del sistema económico. Sin ese trabajo esencial e invisible para la contabilidad nacional, los productos de las fábricas y los servicios de la escuela serían incapaces de crear bienestar. Porque las mercancías se convierten bienes dentro de nuestras casas, donde un paquete de macarrones y un frasco de tomate sufren una alquimia y se convierten en alimento para el cuerpo, para los lazos que nos unen y para el alma.

La experiencia de las personas que han vivido solas estos meses tremendos ha sido muy distinta, demasiado, de la de quienes los han vivido en familia. El yugo del aislamiento se ha hecho más ligero y suave cuando el aislamiento externo ha estado compensado con una compañía interna. Estas cosas las sabíamos “de oídas” pero ahora, durante la lucha, las hemos visto “cara a cara” y ya no debemos olvidarlas. 

Además, en un momento determinado, hemos comprendido qué es el trabajo, qué es verdaderamente el trabajo. Todos juntos hemos comprendido mejor la profecía del artículo 1 de la Constitución Italiana. Nos hemos dado cuenta de que nuestro verdadero fundamento está en el trabajo. Al estar parados y asomarnos de vez en cuando a la ventana, hemos visto de otro modo el trabajo y los trabajadores. Nos hemos dado cuenta de que no habríamos sobrevivido dentro de casa sin camioneros, barrenderos, mantenedores de las líneas eléctricas y bomberos. A nuestros enfermos los han cuidado, junto a los médicos, enfermeros y trabajadores sociosanitarios, también cientos de miles de operarios, transportistas, dependientes, estibadores y fontaneros. Finalmente, la inteligencia de las manos ha tenido la misma dignidad que la inteligencia intelectual. Nunca había dado las gracias a un mensajero con la intensidad y la sinceridad con que lo hice ayer: en la mano que se extendía para entregarme el paquete había un valor y una sacralidad que no había visto antes, y no me pareció menos solemne que la que hace meses me ofrecía la comunión en la iglesia. Estos valores y esta sacralidad ya estaban ahí, pero nunca los había visto de este modo.

Parece que era necesario este dolor para entender, gracias al trabajo, que puede no haber diferencia entre el progreso material y el espiritual. La pandemia ha desvelado el trabajo y de este modo nos ha permitido ver su esencia, al desnudarlo de otras dimensiones que ocupaban el primer lugar en condiciones ordinarias. Y cuando hemos llegado a lo esencial del trabajo, no hemos encontrado incentivos ni explotación; hemos encontrado una palabra gastada, manoseada y ofendida: hemos encontrado la palabra amor. Y nos hemos quedado sin aliento. No pensábamos que el trabajo fuera, verdaderamente, eso que nos hace poco inferiores a los ángeles (Salmo 8). El trabajo es la forma más alta de amor mutuo y de reciprocidad que la civilización moderna haya realizado a vasta escala.

Esta revelación del trabajo será otra herencia de esta gran crisis. Un amor civil, no romántico, a veces anónimo, pero fiel a la antigua etimología económica de caridad – lo que cuesta, lo que es querido porque vale. En estos meses no ha habido nada más querido que el trabajo. Nos queremos de muchas maneras, pero en la esfera civil no hay amor más serio y grande que el trabajo, trabajar unos para otros, unos con otros. Pronto olvidaremos muchas cosas de este tiempo, tal vez casi todas. Pero no olvidemos el trabajo desvelado.

Feliz Primero de Mayo.

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