A renacer se aprende/12 - La trasformación de un carisma en la fase organizativa, de la primera generación del fundador a la segunda
Luigino Bruni
publicado en Città Nuova el 04/01/2025 - De la revista Città Nuova n.8/2024
Max Weber, tal vez el más grande sociólogo de toda la historia, a comienzos del siglo XX teorizó la relación entre el liderazgo carismático y el liderazgo burocrático, o sea el “gobierno (kratos) de las oficinas (bureau)”. Su tesis era muy directa: cuando un movimiento creado por un fundador carismático se convierte, por ejemplo con la muerte del fundador, en una institución y por lo tanto en una organización burocrática, el carisma muere para darle vida a la institución.
Para Weber, cuando un movimiento carismático se vuelve una organización, comienza la fase institucional. En otras palabras, no es posible una institución carismática: o se tiene el carisma sin la institución o la institución sin el carisma. La teoría de Weber es radical, y en los últimos cien años fue objeto de varias adapataciones y atenuaciones, aunque permanece una gran idea con la cual construir razonamientos, incluso para el mundo de los carismas religiosos de la Iglesia, y también por fuera de esta, donde los discursos son más complejos.
Antes que nada, aun tomando en serio la teoría de Weber, no podemos afirmar que en una institución actual, nacida de un carisma del pasado, no quede en su vida organizativa, en su estatuto, en su gobernanza, en el estilo de vida, en el capital narrativo, en la identidad, ningún rastro del carisma originario del fundador. Todo eso permanece, el carisma sigue estando visible, de alguna manera, en la vida de la organización, o al menos puede estarlo.
Pero – y acá está el punto decisivo – cuando una comunidad pasa de la primera generación del fundador a la segunda (y a las siguientes) de la organización, con este pasaje cambia la naturaleza de esa comunidad. Y cambia en algunos aspectos importantes, y a menudo cruciales. Particularmente, cambia el instrumento principal con el que atraer y seleccionar a los nuevos miembros del movimiento (y con el que mantener a los ‘viejos’). En la primera fase carismática, en efecto, las personas, sobre todo los jóvenes, se sentían atraídos por el carisma personificado en la figura del fundador, se entraba a la comunidad por estar encantados por la profecía del carisma y por el profeta, al estar fascinados y llamados por el ideal espiritual carismático en sí mismo, sin necesidad de algo más. Porque cuando empieza una comunidad carismática, la fuerza profética del fundador (o de los fundadores) es tan grande que suscita las llamadas vocaciones puras, es decir, personas que no entran a una comunidad para cumplir con un trabajo, una tarea o para alcanzar algún objetivo, sino solo porque viven una experiencia, en cierta medida extraordinaria, de plena identificación entre el alma individual y el alma colectiva, descubren que son de ese carisma ya desde antes de conocerlo. En la segunda etapa organizativa, en cambio, los nuevos miembros están atraidos por el mensaje, por el propósito, por los objetivos, por los valores, cuando estos son explícitos e interesantes, y no siempre es así. No es fácil, de hecho, que un carisma de ayer se traduzca hoy a un mensaje comprensible y atractivo, también por el hecho de que son los mismos miembros adultos que vivieron la experiencia fundacional los que se esfuerzan por encontrar motivaciones en la nueva etapa institucional, en la que muchos viven como peces fuera del agua, aunque para sobrevivir se conviertan en anfibios. Objetivos, aspiraciones, valores, cosas importantes y con frecuencia buenas, pero tratándose de cosas externas al carisma mismo, ya no se seleccionan vocaciones, o sea personas dispuestas a entregar su vida entera, porque las vocaciones son generadas solo por el ideal en sí y por su naturaleza absoluta e infinita. En la fase institucional se atraen adherentes, simpatizantes, dependientes de la estructura, partidarios, defensores que se acercan por uno u otro de los objetivos de la institución.
Es la llamada “Oenegización” (de ONG) de los movimientos, que cambian de naturaleza, que de profecía se transforman en obras, y que pueden hacer muchas cosas buenas, pero diferentes de las que hacían antes. Esta es la suerte de muchas comunidades actuales creadas en el siglo XX por fundadores carismáticos. No siempre es una suerte mala. El carisma-profecía, ¿no tiene más oportunidades en las etapas posteriores a la primera? Puede tenerlas si la organización consigue generar reformadores que, en distintos lugares y bajo diversas formas, puedan relanzar nuevas fases carismáticas y proféticas. Y serán muchas, y no todas coherentes entre sí.
Después de los fundadores, los grandes árboles de ayer pueden continuar la experiencia profética si se vuelven bosques. De otro modo, deben organizarse para convertirse en una institución, pensar como institución, usar los instrumentos de las instituciones (los incentivos, por ejemplo) que darán frutos diferentes, quizás buenos, pero diferentes. En parte, la evolución de los carismas en instituciones es inevitable, y en parte depende de las decisiones, los talentos y el coraje de los gobiernos y las personas.