El exilio y la promesa

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A pesar de todo, la vida

El exilio y la promesa/23 - La verdadera (y bíblica) energía alternativa: calentarse quemando las armas.

Luigino Bruni

Original italiano publicado en Avvenire el 14/04/2019

«He ahí la dureza de esta época: tan pronto como los ideales, los sueños, las bellas esperanzas han tenido tiempo de germinar en nosotros, son súbitamente atacados y del todo devastados por el espanto de la realidad. Asombra que yo no haya abandonado aún todas mis esperanzas, puesto que parecen absurdas e irrealizables. Sin embargo, me aferro a ellas, a pesar de todo, porque sigo creyendo en la bondad innata del hombre».

Anna Frank, Diario, Julio de 1944

La atracción y a la vez el miedo al otro son una constante en todas las civilizaciones, desde los albores de la humanidad. Esta ambivalencia, radical y tenaz, es expresión de la “insociable sociabilidad” que, según Kant, es característica de la condición humana. El otro nos fascina, porque es distinto y viene de un mundo desconocido, pero esta diversidad y este desconocimiento generan al mismo tiempo temor y desconfianza. En muchos momentos de la historia humana el temor y la desconfianza han sido mayores que la fascinación y la belleza del encuentro con el diverso. Hemos amado y combatido con el otro, pero los combates han sido más frecuentes y largos que los amores. Es posible leer incluso las grandes tradiciones religiosas como sistemas éticos y sociales encaminados a gestionar esta ambivalencia antropológica fundamental. También en la Biblia, el otro es un enemigo del que protegerse y un forastero al que la Torá manda acoger como huésped sagrado. En algunos pasajes bíblicos, el pueblo extranjero es portador de una bendición. En otros, es imagen de los dioses e ídolos enemigos, que vienen a destruir al pueblo elegido y a su Dios verdadero. Los dos primeros hermanos, uno apacible y otro fratricida, expresan también las dos caras del humanismo bíblico y occidental. El cristianismo, por su parte, a la moral basada en “que nadie toque a Caín” añade “que nadie toque a Abel”. La señal de Caín, el comerciante y el ciudadano, limita la violencia como venganza mimética, y la señal de Abel, el buen pastor y el hombre vulnerable, pone la ética de la mansedumbre y el amor-agape como fundamento de una civilización distinta, que seguimos esperando y no nos cansamos de esperar y desear. A pesar de todo.

El mito de Gog y Magog, en el libro de Ezequiel, ocupa el espacio de dos largos capítulos y es uno de los lugares donde el otro, venido de lejos, es icono del mal absoluto: «Me dirigió la palabra el Señor: Hijo de hombre, encárate con Gog, adalid y caudillo de Mesec y Tubal, y profetiza así contra él (...): Aquí estoy contra ti, Gog, te revolveré y te pondré argollas en la mandíbula; os sacaré a la lucha a ti y a todo tu ejército: caballos y jinetes, todos bien equipados; una milicia inmensa, con escudos y adargas, todos empuñando la espada; (...) tropas innumerables te siguen» (Ezequiel 38,1-6). Gog recibe de YHWH la orden de destruir a Israel, que ha regresado a la patria después de un largo exilio: «Pues bien, hijo de hombre, profetiza y anuncia a Gog: Esto dice el Señor: Aquel día, cuando mi pueblo, Israel, habite confiado, te despertarás y vendrás desde tu territorio, desde el norte remoto, con tropas aliadas incontables, todos montados a caballo, una gran milicia, un ejército inmenso, y atacarás a mi pueblo, Israel, lo mismo que un nublado, hasta cubrir el país». (38,14-15). Pero al final Gog será derrotado: «De un golpe te tiraré el arco de la mano izquierda y las flechas se te caerán de la mano derecha. En los montes de Israel caerás tú con todas tus huestes y las tropas que vienen contigo. Te daré como pasto a todas las aves de rapiña y a las fieras salvajes. Caerás en campo abierto» (39,3-5).

¿Quiénes son Gog y Magog? Gog, rey del país de Magog, recala en el libro de Ezequiel después de una larga travesía por tradiciones muy antiguas de Oriente Medio, tan remotas que no es fácil identificar el personaje ni los lugares. A lo largo de los siglos, los comentaristas y estudiosos se han recreado proponiendo hipótesis históricas y geográficas (una alegoría de los babilonios, Giges rey de Lidia, etc.). Un momento decisivo en las vicisitudes del mito de Gog/Magog es cuando lo cita el libro del Apocalipsis, que retoma estos misteriosos capítulos del libro de Ezequiel y, cambiando su sentido y su contexto, lo sitúa en un ambiente escatológico y tenebroso que ha inspirado buena parte de la literatura y de las leyendas medievales: «Cuando se terminen los mil años, será Satanás soltado de su prisión y saldrá a seducir a las naciones de los cuatro extremos de la tierra, a Gog y a Magog, y a reunirlos para la guerra, numerosos como la arena del mar» (Apocalipsis 20, 7-8).

El historiador judío Flavio Josefo habla de ellos en sus “Antigüedades judías” (finales del siglo I), y contribuye decisivamente a crear la leyenda de Alejandro Magno, que habría recluido a Gog y Magog detrás de un muro construido por él en la región del Cáucaso, una barrera física-ideal que marcaba el límite infranqueable de la civilización occidental, dado que al otro lado solo se encontraban los pueblos satánicos del mal. Es la misma leyenda que encontramos en el Corán: «Al alcanzar las barreras de las dos montañas encontró detrás de ellas a una gente que apenas comprendía una palabra. Dijeron: ¡Oh, Dhul Qarnayn! En verdad Gog y Magog causan desorden en esta tierra. ¿Quieres que te entreguemos un tributo para que hagas entre ellos y nosotros una muralla? Dijo: El poderío que mi Señor me ha dado es mejor. Ayudadme con fuerza física y pondré una barrera entre vosotros y ellos» (Sura XVIII: 93-95).

En el primer milenio de la era cristiana, Agustín, Isidoro de Sevilla, Ambrosio, Jerónimo, así como el Pseudo-Metodio y la Sibila Tiburtina contribuyeron a crear el mito de Gog y Magog como imagen de una gran amenaza militar y religiosa. Este mito se ha aplicado a muchos pueblos extranjeros, incluidos los hebreos, hasta la reciente guerra de Irak, cuando Gog y Magog fueron nuevamente evocados por Bush y Chirac en su “guerra santa” contra el mal. Marco Polo mencionaba en “El Millón” (73) las regiones de Gog y Magog, y los mapamundis llamaban Gog y Magog a algunas tierras remotas de Asia (al lado de Babilonia, cerca del Mar Caspio, o la región de los tártaros o de los turcos).

El mito de Gog y Magog es uno de los casos más relevantes de creación de pueblos imaginarios que sin embargo producen efectos políticos, religiosos y culturales muy concretos. Durante toda la Edad Media, cada vez que un pueblo bajaba del Norte y del Este y se asomaba a la Europa cristiana (los godos, los hunos y después los árabes, los turcos…) se interpretaba como el cumplimiento de las palabras de Ezequiel y del Apocalipsis sobre el desencadenamiento de Gog y Magog y su imperio del mal. La leyenda de Gog y Magog es por tanto una etapa importante en la construcción ideológica de la categoría del “gran enemigo”, que tanto ha marcado la cultura occidental y la sigue marcando. Aunque la Biblia y los Evangelios nos han dado innumerables palabras de paz y de fraternidad, el hombre occidental ha sabido buscar los pasajes más tenebrosos y amenazadores de los textos sagrados y encontrar justificaciones para seguir “ejercitándose en el arte de la guerra”. Ninguna página pacífica y luminosa de la Biblia se ha aproximado a la fuerza oscura de Gog-Magog o del Anticristo.

Sin embargo, Ezequiel, incluso en medio de la oscuridad de los oráculos sobre Gog y Magog, lograr encontrar palabras distintas y cargadas de bien: «Saldrán los vecinos de las villas y prenderán y quemarán las armas: arco y flechas, adarga y escudo, venablo y jabalina; harán fuego con ellas durante siete años. No tendrán que acarrear leña del monte ni tendrán que cortarla en los bosques, pues harán fuego con las armas» (39,9-10). Calentarse quemando las armas. Esta es la verdadera energía alternativa que el mundo no ha querido inventar, a pesar de que un profundo filón moral siempre lo haya anhelado. Si hoy transformáramos las empresas que fabrican armas en empresas que nos calientan sin talar los bosques, si orientáramos las energías tecnológicas invertidas en el arte de la guerra hacia las numerosas artes de la paz, podríamos calentarnos y vivir bien durante “setenta veces siete” años. Pero no lo hacemos y seguimos identificando a quien viene de lejos con Gog y Magog. Seguimos viendo monstruos en los rostros de los hombres y mujeres que vienen a visitarnos. Seguimos escribiendo en los mapamundis nuevos nombres para Gog y Magog (“inmigrantes económicos”, “sin papeles”, “clandestinos”…) , y seguimos construyendo muros para impedir que estos monstruos imaginarios lleguen a alterar la tranquilidad que tenemos dentro de nuestros fortines.

Pero la profecía no puede dejar al mal absoluto la última palabra. Lo conoce, habla de él, nos dice que seamos conscientes de su presencia en el mundo, pero después termina sus oráculos con palabras cargadas de esperanza mesiánica: «Cuando los haga regresar de las naciones y los recoja de los países hostiles y muestre en ellos mi santidad a la vista de muchos pueblos… sabrán que, si los deporté entre los paganos, ahora los reúno en su tierra sin dejarme ninguno. No volveré a ocultarles mi rostro, yo que he infundido mi espíritu en la casa de Israel» (39,27-29).

Europa ha imaginado muchas veces unos inexistentes Gog y Magog, pero en alguna rara ocasión Gog y Magog han llegado de verdad. Han destruido, han quemado, han ahorcado niños, han sido una nube oscurísima que ha cubierto el cielo. Hemos gritado, hemos muerto todos. Pero después hemos sido capaces de resucitar, todos juntos. La Europa de hoy es fruto de estas muertes tremendas y de estas resurrecciones admirables. Su historia ha escrito una de las verdades más grandes del humanismo bíblico y occidental: el bien es más profundo que el mal. El mal puede ganar algunas veces, pero no puede ganar siempre. Caín mató y sigue matando a Abel, pero no ha matado ni puede matar a Adán, que sigue siendo “muy bello y muy bueno”, epílogo de la creación.

En el libro del Génesis (10,2), Magog es hijo de Jafet y por tanto nieto de Noé, el justo, el constructor del arca de salvación. No se transforma ningún mal en bien, ningún arma en combustible, ninguna muerte civil en resurrección, encerrando el mal detrás del “muro de Alejandro”. El mal no viene de lejos, del Este, del Norte, del mar. El mal es simplemente nuestro nieto, nuestro hijo. Habita entre nosotros. Caín es hijo de Adán. En la Biblia, el mal más grande se inscribe dentro de un horizonte más amplio de bien. Su primera raíz no está podrida, es una raíz buena. Este es el regalo inmenso que la Biblia lleva tres milenios haciéndonos: creer en la vida. A pesar de todo.

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