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Los frágiles movimientos de la fe

El alma y la cítara/21 – No es posible creer sin estimar a toda la humanidad, sin excluir nada ni nadie.

Luigino Bruni

Original italiano publicado en Avvenire el 23/08/2020.

«El libro de los Salmos supera a los demás libros, porque resume lo que estos contienen y añade lo propio en el canto. Otros libros contienen la Ley o anuncian al Mesías; este libro describe los movimientos del alma».       

AnastasioEpístola a Marcelino (siglo IV d.C.)

La confianza y la fe son hermanas. Una no existe sin la otra, y la fe es una relación marcada por la vulnerabilidad. El salmo 91 nos habla de la naturaleza de la fe en cuanto confianza.

La confianza es una relación radicalmente vulnerable. Cuando una persona se fía de otra, pone en sus manos algo propio de lo que la otra persona puede disponer e incluso abusar. Cuando alguien nos otorga su confianza, se expone, y eso hace que experimentemos una alegría muy especial, pues sentimos que, fiándose de nosotros, nos pide que custodiemos algo precioso relativo a su persona, a su intimidad, a su misterio, aunque se trate de simples cosas materiales. Esta condición de vulnerabilidad aumenta con el valor de lo que depositamos en las manos del otro, en la “palma de su mano”. Esta vulnerabilidad también es valiosa; posee características que cambian, generalmente para mejor, la naturaleza de una relación. Mostrarnos vulnerables ante otro, con la intención de que sea evidente, nos hace más débiles, pero a la vez nos hace más fuertes, gracias a esta dimensión transformadora de la confianza vulnerable. La primera y más importante garantía de que el depositario de la confianza haga honor a ella, consiste en que se sienta honrado por el mismo acto de confianza – no se hace honor a demasiadas deudas porque nuestras finanzas, en lugar de honrar al deudor, lo humillan. 

Cuando el que otorga la confianza intenta por todos los medios reducir y si es posible anular el riesgo de abuso y traición intrínseco a la confianza, el valor de ese bien relacional se reduce y puede acabar anulándose. Si, por ejemplo, al redactar un contrato, definimos todos los detalles, hasta contemplar todas las posibles situaciones futuras, con el fin de protegernos de cualquier posible mal uso de la relación, el mensaje que enviamos a la otra parte es de desconfianza, y esto cambia la naturaleza de la relación que estamos construyendo. Muchas relaciones se bloquean al nacer porque la voluntad de excluir futuros abusos crea un clima de desconfianza que impide el comienzo de la relación. La confianza invulnerable no es un bien. Lo vemos en las relaciones entre mujeres y maridos, con los hijos e hijas, con los compañeros y amigos, a los que queremos y nos quieren puesto que somos capaces de fiarnos de ellos (y ellos de nosotros) sin tener garantías perfectas de su reciprocidad, aunque nuestra felicidad dependa de ella. En muchas relaciones, la confianza es recíproca, un encuentro de bienes relacionales, no necesariamente simétricos. Cuando, además, la confianza se refiere a algunas relaciones decisivas de nuestra vida, la relación de confianza asume una forma ternaria: yo que me fío de ti, tú de quien me fío y un tercero que se sitúa entre nosotros dos como garante o testigo.

Esta dimensión ternaria o trinitaria de la fe y de la confianza es la que más llama la atención en el célebre salmo 91, una oración común a muchas tradiciones religiosas: «Tú que habitas al amparo del Altísimo y te hospedas a la sombra del Omnipotente, di al Señor: Refugio mío, alcázar mío, Dios mío, confío en ti» (Salmo 91,1-2). Es muy hermoso este “triálogo” entre el protagonista del salmo (que probablemente estaba pasando la noche en un templo a la espera de recibir un oráculo en sueños), su Dios y un tercero que le enseña la confianza-fe. La fe bíblica tiene esencialmente una naturaleza ternaria. Entre el fiel y su Dios hay alguien que le dice que se puede fiar. Este alguien puede ser un profeta, como Abraham o Moisés, o puede ser la Torá, pero también puede ser un hermano o una hermana en la fe. El salmo 91 no nos dice quién es este tercer personaje que enseña la fe al orante, y ese anonimato es muy hermoso porque ese “alguien” puede ser cualquier persona, puedo ser yo o puedes ser tú. No todos tenemos un profeta a nuestro lado que nos enseñe la fe, pero todos tenemos una persona que puede enseñarnos a creer y a fiarnos, una persona que nos dice: «Él te librará de la red del cazador, de la peste funesta; te cubrirá con sus plumas, te refugiarás bajo sus alas; su brazo es escudo y armadura. No temerás el espanto nocturno, ni la saeta que vuela de día, ni la peste que se desliza en tinieblas, ni la epidemia que hace estragos a mediodía» (91,3-6). Y nosotros respondemos: «¡Sí, mi refugio eres tú, Señor!» (91,9): Es el segundo movimiento de la fe. Tras creer a quien le enseña la fe-confianza, el creyente hace su declaración de fe. Este movimiento es segundo, porque antes hay alguien que entrega la fe – la fe desaparecerá de la tierra cuando el último creyente deje de entregársela a alguien.

Aquí está también el sentido y el valor de la Tradición: es la cadena de personas que se han enseñado la fe mutuamente; es la cuerda solidaria desplegada a lo largo de los siglos, formada por personas y comunidades que han aprendido a creer en Dios creyendo palabras de personas; es un diálogo continuo entre quien nos dice que nos fiemos y nosotros, que respondemos con nuestro sí y después les decimos a otros que se fíen de nuestras palabras porque no son nuestras. La fe bíblica es creer en Dios creyendo a las personas que nos hablan en su nombre comprometiéndose. Es siempre una experiencia comunitaria, un evento que acontece en medio del pueblo, una relación de confianza. A veces no somos capaces de creer porque no somos capaces de fiarnos, y el entrenamiento en la confianza interhumana es una excelente preparación para la fe. Quien no se fía de nadie, tampoco cree en Dios; quien se fía poco de los hombres, también se fía poco de Dios, y entonces la fe se convierte en un acto cognitivo que no cambia la vida.

Finalmente llega el tercer movimiento. Dios entra en escena: «Porque me quiere, lo pondré a salvo, lo pondré en alto porque conoce mi Nombre. Cuando me llame le responderé, estaré con él en el peligro, lo defenderé y lo honraré. Lo saciaré de largos días y lo haré gozar de mi salvación» (91,13-16). Al formular su promesa, Dios se expone a la posibilidad del no cumplimiento de estas palabras, porque la historia es un continuo espectáculo de personas fieles y justas que invocan y no obtienen respuesta, de personas que no reciben honra, sino que conocen el fracaso. Esto es así porque la fe bíblica comparte la misma vulnerabilidad inscrita en toda relación de confianza verdadera, que es verdadera porque es vulnerable. No tenemos conocimiento directo de aquel de quien nos fiamos, sino que solo lo conocemos “de oídas” (Job), porque hemos oído hablar de él a alguien de quien nos hemos fiado. Tanto nosotros como Dios cambiamos continuamente, y cada mañana debemos volver a creer en lo que habíamos creído hasta la noche anterior – la fe es un acto de confianza conjugado en presente. Una etapa decisiva de la fe madura consiste en adquirir conciencia de que cuando pronunciamos la palabra “Dios”, la palabra más bella, familiar e íntima, no sabemos lo que estamos diciendo – pero lo seguimos diciendo, porque estas palabras solo pueden ser amadas. Por eso, al comienzo de algunas grandes vocaciones bíblicas depositar la confianza es complicado: Moisés no quiere volver a Egipto, Jeremías se resiste, Jonás huye, Samuel necesita cuatro llamadas para decir “aquí estoy”, Elías, para levantarse y reemprender el camino, necesita aprender a oír el silencio y YHWH tiene que aprender a susurrar.

Si la confianza de la fe no fuera arriesgada y vulnerable, la fe no sería una experiencia auténticamente humana, y al hacernos creyentes nos haríamos menos humanos. Aquellos que han encontrado en la vida una voz que les llamaba y han respondido, saben que ese riesgo es real y efectivo, porque saben que a veces también las vocaciones auténticas se malogran y se pierden en el inmenso dolor (suyo y de Dios). No sabemos por qué hay vocaciones verdaderas que acaban mal. El fracaso forma parte de la condición humana, y una vocación infalible sería sencillamente inhumana. La posibilidad de que la fe-confianza depositada en un misterio pueda acabar mal la convierte en una experiencia humanísima, parecida en dignidad a la maternidad, al nacer y al morir. Nuestra fe es una experiencia enteramente humana por su dimensión trágica. Podemos ser plenamente humanos sin estimar la fe ni a quienes creen, pero no podemos creer sin estimar a la humanidad, toda, sin dejar nada fuera en el trayecto que lleva del infierno al paraíso, y viceversa.

Este salmo es citado por Satanás en el episodio de las tentaciones de Cristo: «Luego el diablo se lo llevó a la Ciudad Santa, lo colocó en el alero del templo y le dijo: Si eres Hijo de Dios, tírate abajo, pues está escrito: Ha dado órdenes a sus ángeles acerca de ti; te llevarán en sus palmas para que tu pie no tropiece en la piedra» (Mt 4,5-6). Satanás cita aquí el versículo 12 del salmo 91. Y Jesús responde a Satanás reafirmando la naturaleza de confianza de la fe bíblica: «También está escrito: No pondrás a prueba al Señor, tu Dios» (Mt 4,7). Un mensaje importante de este espléndido versículo que acaba en boca de Satanás es la excedencia de la Biblia con respecto a su buen uso. El diablo también conoce bien y usa la misma escritura conocida y usada por los evangelistas. Conocer y citar la Biblia no es garantía de vida, ni de autenticidad de doctrina. Hay un uso diabólico de la escritura, incluso de los salmos y de la oración, hasta tal punto que Satanás toma una de las oraciones más sublimes y altas del salterio para tentar a Jesús. El uso de la Biblia de Jesús y el de Satanás coexisten dentro de nosotros - ¡ojalá fuéramos conscientes, al menos!

También en esto la Biblia es vulnerable: sus palabras están ahí, expuestas en la plaza pública del mundo, y cualquiera puede usarlas para rezar, para amar mejor, o para aprender a vivir. Pero todos podemos usarlas también para maldecir, para condenar, para tentar, para manipular a los hombres y a Dios, para blasfemar. También Dios se fía de nosotros, pone en nuestro corazón sus palabras, y nosotros podemos traicionarlas. En el infierno no está solo “pape satàn pape satàn aleppe”; también habrá palabras bíblicas abusadas y violentadas. Dios, decidiendo hacerse palabra y hablarnos en palabras humanas, eligió compartir nuestra fragilidad. También en esto se nos parece. Es el cuarto movimiento de la fe.

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