Economía Narrativa/12 – Los “bárbaros” que se asoman a las “fronteras de la civilización” hoy son las tropas del capitalismo consumista
Luigino Bruni
publicado en Avvenire el 29/12/2024
«Si la tradición de las virtudes fue capaz de sobrevivir a los horrores de los últimos siglos oscuros, quedan todavía esperanzas. Pero esta vez [a diferencia del tiempo de la caída del imperio romano], los bárbaros no están esperando del otro lado de las frontera; nos gobiernan desde hace tiempo. No estamos esperando a Godot, sino a otro San Benito».
Alistair McIntyre, Dopo la virtù, 1981, última página
El desafío más grande para el que quiere intentar salvar la pequeña semilla de la fe recibida, consiste en conseguir dialogar con la modernidad sin perder contacto con la herencia de la piedad popular.
El desafío más grande para el que hoy quiere salvar la semillita de la fe recibida, consiste en lograr un solo y doble ejercicio: dialogar con la modernidad (con su espíritu, sus ángeles, sus demonios) sin perder el contacto con la herencia de la piedad popular. Para poder hacerlo debemos vivir la contradicción, porque la muerte de la piedad popular, descartada rápidamente como superstición, fue el primer precio que el viejo espíritu tuvo que pagarle al nuevo. Ambos vientos, ambos espíritus, se enfrentaron, y el más joven, racional y masculino ha acabado con el otro, frágil, afectivo, femenino – también porque algo del antiguo debía ser eliminado para que en ese espacio liberado pudiese nacer una verdadera novedad. Sin embargo, esa nostalgia profunda de algo profundo y lindo no nos abandona y no deja de llamar por su nombre a nuestra racionalidad, como una voz tenaz de silencio sutil. El capital espiritual de mañana, el más precioso, nacerá de un encuentro antiguo y nuevo entre voces diferentes.
La ‘Virgen fea’ es uno de los relatos más conmovedores de ‘Un Mundo Pequeño’ de Giovannino Guareschi: “La gente la llamaba la ‘Virgen fea’: una cosa que te pone los pelos de punta, de la que se siente la blasfemia colectiva” (Mondo Piccolo. Don Camillo e il suo gregge, 1953, p. 180). Era una estatua alta de más de dos metros, de terracota pintada “con unos colores tan despreciables que te hacían doler los ojos”. Según don Camilo, no era fea por estar esculpida por un prinicipiante. No: al contrario, había sido hecha por alguien “que tenía idea de cómo hacerla”, y que “había dedicado toda su capacidad de escultor para hacer una Virgen fea. Y lo había conseguido” (p. 181). Era “fea pero antigua’’, en el pedestal tenía grabada la fecha de 1693, y por eso nadie la tocaba: “Jesús, ¿por qué no me ayudas? ¿Cómo puedes permitir que la gente llame ‘Virgen fea’ a la Madre de Dios? - Don Camilo - respondió Cristo - la verdadera belleza no es la de la cara… - Amén - respondía don Camilo” (p. 182).
Llegó el día de la gran procesión, y don Camilo pensó en resolver el problema de una buena vez. Era agosto, hacía un calor terrible, y don Camilo convenció a los portadores que un camión muy bien decorado iba a ser la mejor solución para llevar a la Virgen: “Las calles eran empedradas y el camión, que además del embrague estropeado tenía las gomas duras como fierro, yendo incluso despacio parecía llevar el baile de San Vito”. Y así, “con una sacudida más fuerte que las otras, la estatua se cayó” (pp. 187-188). Pero he aquí la gran sorpresa: “el griterío que se levantó de toda la gente, no fue porque la ‘Virgen fea’ se había hecho pedazos. Fue por la Virgen linda. La gente cerró los ojos y lanzó un grito porque, ya hecha añicos la ‘Virgen fea’, del fragmento del pedestal que había quedado colgando de la plataforma del camión, se veía brillante, como un fruto de plata liberado de la ruda coraza, una maravillosa Virgen, más pequeña que la otra pero toda de plata” (p. 188). Don Camilo se quedó asombrado y conmovido, no menos que la multitud que proclamaba el ‘¡milagro!’. ‘Te voy a arreglar, pieza por pieza – dijo don Camilo en voz alta -… Te arreglaré yo, pobre ‘Virgen fea’, que salvaste a la Virgen de plata de la codicia de todos los bárbaros aquí caídos desde aquel día del 1600 hasta ayer. El que te moldéo apresuradamente cubriendo con tu corteza a la Virgen de plata, te hizo fea y mísera para salvarte de las manos de los bandidos… Yo, involuntariamente, he provocado tu mísero final” (p. 189). Involuntariamente: “Acá don Camilo dice la mentira más descarada de su vida… Él había elegido la ruta más larga y pedregosa, él había inflado las gomas del camión a reventar, él había saboteado el embriague…”. De regreso a casa, frente a su Crucifijo, termina su mea culpa con las palabras más proféticas y más lindas de Un Mundo Pequeño: ‘Tú, pobre ‘Virgen fea’, salvaste a la Virgen de plata de las rapaces uñas de los bárbaros que han infestado nuestras tierras desde aquel tiempo lejano hasta hoy. ¿Quién salvará a la Virgen de plata de los bárbaros de hoy, que se asoman amenazantes a las fronteras de la civilización y que miran con ojos feroces la ciudadela de Cristo? ¿Esto es quizás un presagio?” (pp. 189-190).
En esos años Guareschi pensaba en el avance del comunismo y el ateísmo científico; hoy nosotros sabemos que ‘los bárbaros’ que llegaron a las ‘fronteras de la civilización’ son las tropas del capitalismo consumista, que en los más de setenta años que nos separan de Un Mundo Pequeño han mostrado ‘uñas’ mucho más rapaces. Pero no nos dimos cuenta y hemos dejado ocupar las iglesias y los corazones por la idolatría del consumo – y aún así alcanzaría con ver a qué pobre cosa quedó reducida la Navidad, en la que el niño Jesús, que no genera ningún negocio, ha desaparecido de esta fiesta de la nueva religión. Pero hay más. Aunque Guareschi no lo diga, en esta ‘Virgen fea’ que había protegido en su vientre a una ‘Virgen hermosa’, podemos vislumbrar un mensaje antropológico hermoso. No es raro que eso que los demás ven en nosotros sea una ‘virgen fea’ que esconde a una invisible ‘virgen hermosa’, que para revelarse necesita un tramo accidentado de su vida, una sacudida bien fuerte, el resquebrajamiento por una depresión o una enfermedad; provocados algunas veces por un ‘don Camilo’ que da vida a la obra maestra.
Siguiendo con la lectura, llegamos al último capítulo de Don Camilo e il suo gregge – ‘El muro’ – y ahí encontramos de nuevo a la Virgen. En la huerta de un tal Manasca había un antiguo muro, ya en ruinas. El dueño decide demolerlo para hacer un palacio de cuatro pisos, con “negocios, un café, un restaurante” (p. 435), y darle trabajo a mucha gente. Pepón se entusiasmó: “Acá está de por medio el futuro del pueblo”. Y una semana después empezaron los trabajos de demolición: “el muro era una inmensa basura de piedras, escombros y cemento… pero…”. Había un pero: “En el muro había algo que todos sabían, pero que nadie había pensado antes. Del lado de la calle, a un metro de la esquina hacia la plaza, estaba la Virgencita”, un santuario con una reja oxidada. Había sido pintada “por un pobre”, pero que ahí seguía desde hace doscientos o trescientos años: “Todos la conocían, todos la habían saludado un millón de veces y todos habían metido una flor en la lata de conservas que tenía apoyada en el estante de madera” (p. 436). Era uno de esos santuarios que se ven todavía en las callecitas del campo o en los muros de las casas antiguas: los vemos, pero raramente los miramos, casi nunca los reconocemos, porque hemos olvidado la lengua con la cual hablarles y escuchar sus palabras; y así es que hemos olvidado también la lengua de los ángeles, de los muertos, de Dios.
Bagò, el capataz, se detuvo: “Yo no la tiro abajo ni aunque me lo ordene el Papa” (p. 437). Llaman a don Camilo, que sorprendentemente da su consentimiento para la demolición. Pero nadie del equipo se sentía listo para dar el golpe fatal: “Entonces Pepón… alzó el pico, vio que los ojos de la virgencita lo miraban y arrojó el pico. - ¡Viejo! - gritó. ¡¿Por qué tiene que ser la alcaldía la que se ocupe de esto?! ¿Qué tiene que ver la alcaldía con la Virgen?” (p. 440). No destruirás las virgencitas de tus padres: era un undécimo mandamiento de nuestro pueblo, que hemos suprimido junto a los otros diez. Aquel mundo pequeño no tenía nuestros derechos ni nuestro bienestar, pero los pobres no destruían los nichos de los santos; y cuidándolos no cuidaban solo el pasado: cuidaban su futuro y el de sus hijos.
Pepón se rindió, y se dirigió a don Camilo: “Las vírgenes y los santos son asunto nuestro. ¡Yo nunca los llamé para que tiraran a piquetazos el busto de Lenin o de Stalin! - Pero si me llamas vengo – exclamó don Camilo”. Y luego agregó: “Los ojos de esa virgen han visto a todos nuestros muertos. Delante de esa imagen está la esperanza y la desesperanza, los dolores y las alegrías de doscientos o trescientos años” (p. 441). Esta es una estupenda definición de don Camilo de lo que era de verdad aquella piedad popular que primero ridiculizamos y luego demolimos con nuestros picos. Esos antiguos cruces de miradas reales eran mucho mas que la religión – eran amor, dolor, sueños, esperanza, la única ternura en una vida áspera, que nuestros abuelos protegieron de teologías a menudo absurdas y lejanas. Nosotros quisimos borrar todo eso y nos encontramos dentro de un vacío infinito, junto a una sed infinita de esas miradas diferentes: “‘Pepón, ¿te acuerdas cuando en el 18’ volvimos de la guerra? Las flores eran mías, pero la vasija era tuya’. Pepón gruñó” (p. 440).
Y finalmente, un temblor inesperado: “Una grieta se abrió lentamente. El muro no cayó: se partió”. Pero para asombro de todos, arriba, liberada del enrejado oxidado y de las sombras seculares de los nichos, estaba la virgencita, intacta”. “Volverá a su sitio en el muro nuevo – dijo Manasca”. Y Pepón “pensó en su vieja vasija con las flores de don Camilo adentro” (p. 442).
Con estas palabras de Pepón se concluye el segundo volumen de ‘Un Mundo Pequeño’, y tal vez no hay mejores para despedir a don Camilo, a Pepón y al autor que, junto a Silone y a Carlo Levi, nos acompañaron estas doce semanas. Un lindo camino, y por eso agradezco una vez más a Avvenire, a su Director Marco Girardo, por la confianza que me sigue dando. Encantado por ‘Un Mundo Pequeño’, y antes por ‘Fontamara’ y por ‘Cristo se detuvo en Éboli’, no he realizado mi proyecto inicial de comentar a Kakfa, a Buzzati, a Calvino y a Manzoni, quizás porque en el oficio de escribir también la realidad es superior a la idea, y ella es la que decide el ritmo y los contenidos. Quizás lo hagamos en una futura serie. Gracias a ustedes, lectores y lectoras, mis amigos ya necesarios. Y un buen 2025: lo necesitamos. Hasta pronto.