Reflexión de monseñor Jorge E. Lozano, arzobispo coadjutor de San Juan de Cuyo y presidente de la Comisión Episcopal de Pastoral Social.
Publicado en AICA el 12/02/2017
Muchas veces escuchamos críticas dirigidas hacia quienes piensan en la posibilidad de un mundo en paz, o ven “razonable” anhelar la justicia universal. No faltan quienes cuestionan también si vale la pena soñar con una humanidad sin pobres ni excluidos…
Los hombres y mujeres que provocaron grandes cambios en bien de la humanidad se jugaron por ideales nobles que movilizan espíritus para el bien. La palabra “utopía” es de origen griego y literalmente significa “no-lugar”, y fue utilizada por un gran Santo, Tomás Moro, para referirse a la sociedad ideal, aquella que aún no existe, pero que queremos alcanzar. Podemos mencionar grandes personas que siguieron utopías: san Francisco y santa Clara de Asís, el santo cura Brochero, santa Teresa de Calcuta, Mahatma Gandhi, Martin Luther King… A algunos ellos los tildaron de “locos”, como le sucedió al mismo Jesús que algunos parientes se lo querían llevar porque decían que estaba fuera de sí (Mc 3, 21).
Chiara Lubich, fundadora del Movimiento de los Focolares, imaginó y alentó algo nuevo: “Economía de comunión”, en 1991. Mientras aterrizaba el avión en San Pablo (Brasil) quedó fuertemente conmovida por el contraste entre (palabras textuales) “enormes rascacielos construidos casi en homenaje al ‘Dios consumo’ y la situación de miseria de tantas personas viviendo en las favelas”. Frente a esa visión sintió que Dios la inspiraba a pedir al Movimiento un compromiso mayor, y que la comunión de bienes espirituales y materiales debía dar un salto “a escala económica”. Y así lanzó la propuesta de “economía de comunión” no sólo como redistribución de los ingresos que cada uno tiene como trabajador, profesional, empresario sabiendo que una parte de esos ingresos tienen que ser para quien más lo necesite sino también como modo de incluir a las personas en situación de pobreza en carácter de protagonistas y no como beneficiarios, buscando permanentemente nuevos puestos de trabajo donde sus capacidades pudieran desarrollarse plenamente. Además puso el énfasis en el “cambio cultural”, donde la gratuidad y la reciprocidad deben estar también en el centro de toda propuesta económica y no solamente el lucro, a fin de producir una transformación en el pensamiento económico. Esto fue ampliamente recogido por el Papa Benedicto XVI en la Encíclica Caritas in Veritate del año 2009.
El pasado sábado 4 de febrero el Papa Francisco recibió en el Vaticano a más de 1.000 participantes del encuentro “Economía de Comunión” y les dirigió un discurso en el cual abordó tres grandes temas: el dinero, su importancia y el peligro de la idolatría; la pobreza y la integración de todos en la sociedad; y la economía que crea comunión, evitando los “descartes humanos”, diciéndole no a “la economía que mata”.
También invitó a los empresarios “a ser creativos, competentes, pero no sólo eso. Ustedes consideran al empresario como agente de comunión. Al injertar en la economía la buena semilla de la comunión, han comenzado un cambio profundo en la manera de ver y vivir la empresa”.
Francisco recordó algo en lo cual viene insistiendo: “A menudo he hablado del dinero como un ídolo. (…) El dinero es importante, sobre todo cuando no hay y de él depende la comida, la escuela, el futuro de los hijos. Pero se convierte en ídolo cuando pasa a ser el fin. La avaricia, que no por casualidad es un pecado capital, es pecado de idolatría, porque la acumulación de dinero de por sí se convierte en el fin de las propias acciones”. Por eso enseña que “cuando el capitalismo hace de la búsqueda de beneficios su única finalidad, corre el riesgo de convertirse en una estructura idólatra, en una forma de culto. La diosa de la ‘fortuna’ es cada vez más la nueva deidad de una cierta finanza y de todo ese sistema del juego de azar que está destruyendo a millones de familias en todo el mundo, y al que ustedes se oponen con razón”. (…) “El modo mejor y más concreto de no hacer un ídolo del dinero es compartirlo con los demás, especialmente con los pobres, o para hacer estudiar y trabajar a los jóvenes, venciendo la tentación idolátrica con la comunión.”
En segundo lugar, señala que “la economía de comunión, si quiere ser fiel a su carisma, no sólo debe ocuparse de las víctimas, sino construir un sistema en el que las víctimas sean cada vez menos, en el que, a ser posible ya no existan. Hasta que la economía siga produciendo una sola víctima y haya una persona descartada, no se habrá realizado la comunión, la fiesta de la fraternidad universal no será plena. Es necesario, pues, apuntar a cambiar las reglas del juego sistema económico-social”.
El tercer aspecto que desarrolla Francisco hace mirar al futuro: “Estos 25 años de historia dicen que comunión y empresa pueden convivir y crecer juntas. Una experiencia que por ahora se limita a un pequeño número de empresas, muy pequeño en comparación con el gran capital del mundo. Pero los cambios en el orden del espíritu y, por tanto, de la vida no están relacionados con grandes números. El pequeño rebaño, la lámpara, una moneda, un cordero, una perla, la sal, la levadura: estas son las imágenes del Reino que nos encontramos en los Evangelios. Y los profetas han anunciado la nueva era de la salvación indicando el signo de un niño, Emmanuel, y hablándonos de un ‘resto’ fiel, un pequeño grupo”.
No se trata de una cuestión de números, sino de cercanía. “El capitalismo conoce la filantropía, no la comunión. Es fácil donar una parte de los beneficios, sin abrazar y tocar a las personas que reciben esas ‘migajas’. En cambio, incluso cinco panes y dos peces pueden alimentar a la multitud si con ellos compartimos nuestras vidas. En la lógica del Evangelio, si no se da todo, nunca se da bastante.” (…) “El ‘no’ a una economía que mata se convierta en un ‘sí’ a una economía que hace vivir, porque comparte, incluye a los pobres, usa los beneficios para crear comunión.”
¿Te parece una utopía inalcanzable? ¿Habrá que claudicar en los ideales? El mismo que dice “Yo hago nuevas todas las cosas” (Ap. 21, 5) nos alienta a no negociar los sueños.