Salir de la zona de confort e ir al encuentro de las comunidades indígenas de su propio país ha dado a Jesús Becerril, un joven economista mexicano, la posibilidad de ampliar sus horizontes profesionales y vocacionales. Lo que comenzó como un voluntariado, se convirtió en un engranaje que le dio un giro de 360 grados a su vida.
de Lourdes Hércules
fonte: site UWP
Jesús vive en Ciudad de México, ahí se dedica a dar clases en la Facultad de Economía de la Universidad Autónoma del Estado de México y desde hace algunos años también colabora con proyectos de interculturalidad en la Misión Indígena de Bayamón, en Chiapas, México.
Su espíritu de servicio social siempre lo mantuvo activo en diversas iniciativas promovidas por la Compañía de Jesús, pero no fue hasta que hizo una experiencia en el sur de México, que descubrió un mundo en el que la ancestralidad, la cultura y el cuidado del planeta estaban conectados y hablaban de futuro.
“Desde mi estabilidad, nunca voy a ser agente de cambio” se repetía Jesús, y con ese espíritu emprendió hacia Chiapas, un estado en el que aproximadamente el 26% de la población es indígena, la mayoría de ellos de los grupos Tzotziles y Tzeltales.
Ya en 2016 el Papa Francisco había visitado estas tierras enfatizando en la exclusión que han sufrido los pueblos indígenas y que se debe pedir consejo a ellos sobre el cuidado del ambiente ante la crisis climática que vive el mundo. Para entonces Jesús aun no imaginaba que posteriormente este mensaje sería parte de su motivación para formar parte de The Economy of Francesco, una comunidad global de jóvenes economistas, emprendedores y agentes de cambio que, respondiendo a la llamada del Papa Francisco, buscan generar procesos que le den un alma a la economía.
Durante los primeros seis meses en Chiapas Jesús formó parte del proyecto de una imprenta que se dedica a dar materiales de formación a 640 comunidades indígenas y que tiene cargos en todos los niveles: políticos, eclesiales, educativos y económicos. Este momento se convertirió para Jesús en una escuela introductiva a un mundo que, aunque cercano, desconocía completamente.
Convencido de que los indígenas son una riqueza para el mundo moderno, Jesús sostiene que una de las fortalezas que estas comunidades ofrecen es “el aporte de la relacionalidad sagrada con la tierra y el elemento de trabajar siempre por el bien común, el entenderse como comunidad”.
Con admiración recuerda que en una oportunidad vio a una mujer indígena participar en una manifestación y la fuerza del discurso que lideraba lo marcó. “Se llamaba Pascuala – recuerda Jesús – una mujer que ante todo, con una voz profética, clamaba por el futuro de sus hijos. Porque algo que me queda muy grabado en el corazón es que las comunidades indígenas cultivan mucho la memoria de la comunidad, no se olvidan de la lucha histórica. También le dan relevancia a la participación comunitaria, son guardianas y guardianes del futuro, de sus hijos, de sus comunidades y de sus territorios”.
Después de la experiencia en la imprenta, estuvo seis meses en un proyecto llamado Yomol Ayinel, que trabaja por la defensa de la vida y el territorio, acompañando a las comunidades indígenas en sus procesos de gobierno comunitario.
“Uno de los grandes aprendizajes fue que debo de hacer esta experiencia de las periferias para sumarse a una causa que es compartida – relata Jesús – no podemos, como sujetos de la modernidad, entendernos solamente como seres racionales, sino también como seres profundamente espirituales, capaces de conectar con Dios, con la vida, con la comunidad y desde esta relación profunda generar procesos de transformación más justos y que promuevan la dignidad”.
En camino hacía el buen vivir
En 2020 el Papa Francisco había convocado a jóvenes economistas y emprendedores a participar a un evento en Asís, llamado The Economy of Francesco. En ese momento el evento no pudo realizarse por la pandemia. Jesús se había inscrito al evento, pero simultáneamente fue diagnosticado con cáncer. La postergación del evento, cuenta Jesús, le permitió conservar esperanza en los momentos de prueba. Ese año los jóvenes que participarían al evento se organizaron para formar una comunidad global en la que activaron procesos de formación y de iniciativas gracias a la virtualidad. “En 2020, siendo todo en línea, esto me daba fuerza, vida e ilusión” recuerda Jesús.
Finalmente el evento en presencia se dio en septiembre de 2022. Para entonces, Jesús había vencido el cáncer y responder al llamado, yendo a Asís, era un “renacer”. El Papa Francisco acompañó a los jóvenes, los escuchó, los conoció profundamente y finalmente se dirigió a ellos:
“Se trata de transformar una economía que mata en una economía de la vida, en todas sus dimensiones. Llegar a ese “buen vivir”, que no es la dolce vita o pasarlo bien, no. El buen vivir es esa mística que los pueblos aborígenes nos enseñan a tener en relación con la tierra”.
Francisco subrayaba a través de esta frase la riqueza que los pueblos indígenas latinoamericanos ofrecen al mundo moderno, a la economía. El buen vivir es definido como un principio y estilo de vida que tiene su origen en las culturas indígenas del sur de América y promueve una cultura de paz, convivencia entre personas y pueblos, en armonía con la naturaleza.
Jesús no solo sintió como propia esa búsqueda, sino también sintió ser abrazado y al mismo tiempo apoyado para continuar su trabajo en la construcción de una economía más humana, inclusiva y fraterna.
“El Papa Francisco en su discurso final hablaba del capital espiritual, donde el sentido de vida tiene que ser fundamental en la búsqueda de un nuevo horizonte. Para mí, de los de los momentos más emotivos, fuese ese, el ser considerados como jóvenes de nuestro tiempo, que no solamente vemos sino sentimos las violencias de la economía. Y ver una comunidad que se forma con ganas de ser protagonistas no sólo de su propio futuro, sino el futuro también de la humanidad” concluye Jesús.