Desde su apertura, el Refugio de la Esperanza, dedicado a la reinserción social y laboral de extoxicodependientes, ha ido entrelazando historias muy diversas, unidas por el único deseo de volver a vivir.
publicado en AMU
Los primeros rayos de sol asoman por el imponente volcán Popocatepetl, que sirve de telón de fondo a la Casa San Benito. Se oye el ruido de unos pasos ágiles que suben la estrecha escalinata que conduce a una pequeña capilla. Es la hora de la oración de la mañana, con la que el primer grupo de internos del refugio inaugura la jornada. Después del desayuno, los jóvenes ya están preparados para comenzar la jornada. Algunos irán al pabellón donde se crían conejos, otros irán al taller de carpintería y otros a la zona verde para cuidar los frutales y el jardín.
Osmar tiene 20 años y llegó el pasado mes de octubre, dejando su pequeña comunidad, a 170 kilómetros de Ozumba, para emprender un difícil pero necesario proceso de recuperación. En casa dejó a sus padres, a su mujer y a su hijo recién nacido. Se encamina a su trabajo y
tras ponerse el delantal, limpiarse los zapatos y lavarse las manos, entra en el pabellón donde debe controlar y limpiar las jaulas de los conejos, comprobar el estado de los animales y darles de comer y de beber. Se trata de gestos ya cotidianos, que ha aprendido a realizar con mucho cuidado, aunque hasta hace poco para él, que era florista, la cría de conejos era una actividad totalmente desconocida.
“El trabajo en la granja es intenso, pero ayuda mucho a afrontar la ausencia y la distancia de la familia”, nos dice con voz emocionada, interrumpida solo por una leve sonrisa: “He comprendido que todo lo que hago y haré en el futuro es por ellos. Si estoy aquí es porque ellos quieren que pueda recuperarme, y esto me empuja a seguir adelante”.
A dos pasos de la granja, se escucha el ruido de unas máquinas que comienzan a funcionar: es la carpintería donde Marco Almaraz, -miembro del personal del Refugio-, retoma el trabajo de construcción de una estantería y un tocador pedidos por unos clientes. Después de la construcción de los muebles necesarios para el Refugio y de la crisis de los primeros tiempos de la pandemia, los primeros pequeños pedidos del exterior han comenzado a llegar.
El tiempo en el Refugio de la Esperanza se reparte entre muchas actividades bien organizadas. Esto también forma parte del método de recuperación y responsabilización de los internos. Los jóvenes se distribuyen en actividades para cuidar los espacios comunes, mantener las zonas verdes y limpiar los interiores, junto con actividades de cuidado personal, reflexión y crecimiento espiritual e intelectual, leyendo algún libro, viendo alguna película, haciendo deporte o participando, habitualmente los viernes, en los encuentros de las comunidades terapéuticas. Durante el fin de semana, el tiempo se reparte entre visitas médicas y sesiones psicológicas y las visitas de familiares, que pueden realizarse todos los domingos a partir de los tres meses de haber comenzado el proceso.
Las actividades diarias, el cuidado de los demás, el ánimo y la posibilidad de un desarrollo completo de la persona son las características del proceso y del modelo “LiberarSé – Refugio de la Esperanza”. Por eso, son muchos los chicos que quieren entrar en el programa, incluso después de haber intentado otros enfoques de rehabilitación.
Alex, de 25 años, originario de Nezahualcóyotl, es carrocero y ha entrado en el Refugio tras más de una década de consumo de alcohol y otras drogas. Ha conocido la Casa por un tío suyo, que también se encuentra en proceso de recuperación.
Fernando, de 19 años, tras varios intentos en otros centros de rehabilitación, aún lleva las señales de una larga lucha contra las dependencias que le arrastraron desde que cumplió 11 años. Pero el “modelo” propuesto en la Casa San Benito le ha dado una nueva confianza y el impulso necesario para intentarlo de nuevo: “En el Refugio, lo que cambia a las personas no es la fría disciplina que se transforma en violencia, sino el amor fraterno que anima a superar las dependencias”.
En los próximos meses, el Refugio de la Esperanza seguirá consolidando sus actividades de cuidado, conjuntamente con las de auto-mantenimiento para poder difundir su mensaje de esperanza entre los jóvenes.
Durante la fase de emergencia por el coronavirus, el equipo ha ayudado a otras casas de acogida para personas en proceso de desintoxicación de drogas y alcohol. Además del suministro de alimentos y productos para la higiene y la prevención del Covid19, a través del proyecto “Living Peace International” de AMU y su iniciativa “Cartas de paz y ánimo”, los internos de estas casas han podido recibir mensajes de más de 200 personas. Este gesto ha dado esperanza y ánimo a estas personas que siguen un difícil proceso de recuperación física y psicológica.
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