La tierra del nosotros/7 - Achille Loria, siguiendo a Fuoco, critica la renta en tanto elemento de injusticia.
Luigino Bruni.
Publicado en Avvenire el 04//11/2023.
La Contrarreforma fue una época ambivalente, en la que los ejemplos luminosos de los Montes franciscanos se entrelazaron con los fenómenos oscuros en otros terrenos. Sin embargo, para la ciencia económica italiana, fue una buena época. Mientras la teología y la filosofía se convertían en lugares arriesgados debido al control del Santo Oficio, las artes, la música, las ciencias e incluso la economía seguían siendo lugares seguros donde los pensadores podían expresarse con mayor libertad. Y así, una época pobre en grandes teólogos y filósofos (sobre todo si se compara con el norte de Europa) generó muchos literatos, músicos, artistas y economistas excelentes.
Fue en el Reino de Nápoles donde más se expresó el genio económico mediterráneo y católico. La tradición económica napolitana comenzó ya en los siglos XVI y XVII, gracias al cosentino Antonio Serra, que escribió un Breve tratado (1613) considerado por muchos como el primer estudio de economía moderna, y no sólo para Italia. Luego vino la gran temporada del siglo XVIII en Nápoles, la de Ferdinando Galiani, Antonio Genovesi, Filangieri, Dragonetti y docenas de otros excelentes economistas que escribieron sobre dinero, crédito y, sobre todo, de "felicidad pública". Una tradición que se mantuvo viva y saludable hasta la primera mitad del siglo XIX, con Francesco Fuoco, que puede ser considerado como el último de los autores clásicos italianos.
Más tarde, el nacimiento del Reino de Italia generó una fuerte tendencia a considerar solamente la ciencia inglesa y francesa como "verdadera" economía, por lo que la tradición napolitana acabó siendo juzgada como obsoleta y retrógrada. Mientras tanto, la ciencia económica anglosajona cambiaba de rumbo; de pronto dejó atrás los grandes temas del desarrollo y el bienestar de los pueblos y se centró en el individuo y su utilidad. En este contexto cultural, el paradigma napolitano de la felicidad pública, preocupado más por la sociedad que por los individuos, parecía aún más lejano y extraño, hasta que pronto cayó en el olvido.
Francesco Fuoco, un "espíritu singular y agudo" (T. Fornari, Teorie economiche delle province napoletane, p. 615), no fue sólo un excelente escritor sobre crédito y banca. Escribió páginas notables en muchos otros ámbitos de la ciencia económica. Siguiendo la huella de Genovesi, Fuoco consideraba el mercado como una forma providencial de "ayuda mutua" y de reciprocidad. Así, la "división del trabajo" no divide sino que une a las sociedades: "La división del trabajo no se opone a la unidad, al contrario, la presupone y sirve para hacerla más fuerte y duradera" (Scritti Economici, 1825, I, p. 205). En particular, las distintas profesiones son un gran lenguaje de cooperación y mutualidad, el primer cimiento de las sociedades: "La división del trabajo no es otra cosa que la distinción de las profesiones. Cuanto más se perfecciona la industria, más se multiplican las divisiones y más numerosas son las profesiones" (p. 207).
Por lo tanto, la industria y la economía son vistas por Fuoco como una densa red cooperativa en la que cada uno satisface, trabajando, las necesidades de los demás, en reciprocidad. El trabajo es un lenguaje civil de cooperación, gracias al cual miles, hoy millones de personas se ayudan y cooperan sin siquiera conocerse. Y en una época, la nuestra, en la que la narrativa del business está centrada en la competencia, en el vencer a los competidores, en las virtudes antagónicas y guerreras, Fuoco y la escuela napolitana nos cuentan una historia opuesta: el mercado es civilización porque favorece las virtudes cooperativas y amables, porque se basa en la ley de oro de la reciprocidad positiva: "De este modo, los pueblos se han convertido en miembros de una vasta familia, y se ha establecido una especie de comunidad entre todos los habitantes de la tierra" (p. x).
Pero fue en la "teoría de la renta" donde Fuoco concentró sus energías teóricas. Durante su estadía en Francia, se interiorizó en el debate inglés sobre la renta de la tierra. En particular, estudió la teoría de David Ricardo, que en sus Principios de economía política (1817) propuso una teoría de la destrucción de la renta y del capitalismo que difería de la de Adam Smith, centrándose en la renta vitalicia como clave para comprender la dinámica del capitalismo. Unos años más tarde, Fuoco escribió su propio ensayo sobre la renta vitalicia (en 1825), en el que exponía el debate, modificándolo y completándolo. ¿En qué se centra el discurso de Fuoco?
La teoría de la renta se apoya en dos pilares: (i) la centralidad de los empresarios (o capitalistas) para la riqueza y el desarrollo de las naciones; (ii) el conflicto estructural entre empresarios y terratenientes (o rentistas). Las clases sociales son tres, y tres son sus ingresos respectivos: el salario va a los trabajadores, el beneficio a los empresarios, la renta a los terratenientes. Dado que los salarios se fijan en el nivel de subsistencia, las dos variables del sistema económico son los beneficios y las rentas, que mantienen entre sí una relación de rivalidad: si uno sube, disminuye el otro. De ahí la idea fundamental: el desarrollo económico encuentra su límite en el conflicto radical entre rentistas y empresarios, un conflicto ganado por los rentistas porque la dinámica del capitalismo conduce a un gran aumento de las rentas en detrimento de los beneficios. Y como los empresarios son el motor del desarrollo, la reducción de los beneficios conduce al estancamiento del sistema: "Cuando aumentan las rentas, disminuyen los beneficios, y cuando disminuyen los beneficios, se hace más difícil el ahorro y, por tanto, las acumulaciones" (Scritti Economici, I, p. 57).
Fuoco estaba convencido de que la Felicidad pública dependía del crecimiento de la industria y, por tanto, de los empresarios y, en consecuencia, de la disminución del poder de los rentistas; también porque, a diferencia de Ricardo y Malthus, Fuoco estaba convencido de que el crecimiento de las rentas también empujaba los salarios hacia abajo y empobrecía a los trabajadores y "consumidores" (palabra presente en su sistema). De aquí deriva también su propuesta radical en materia fiscal: "Si los ingresos del gobierno [impuestos] se recaudasen únicamente de la renta de la tierra, la industria no recibiría ningún perjuicio" (p. 67). Una tesis que sigue siendo hoy una profecía, si pensamos en la baja imposición del patrimonio y de las rentas de todo tipo. Y aquí Fuoco va todavía más lejos, tocando el buen terreno de la utopía social: "Si las tierras no pertenecieran a nadie, la renta total de las mismas podría servir para los gastos del Estado" (p. 67). Una tesis que prefigura la teoría de la "tierra libre" del mantuano Achille Loria (1857-1943), otro gran economista italiano olvidado.
De hecho, el propio Loria elogia a su predecesor napolitano: "Francesco Fuoco, agudo ilustrador de la teoría ricardiana de la renta vitalicia y notable por la preeminencia que asigna a las relaciones de distribución por sobre las de producción" (A. Loria, Verso la giustizia sociale, 1904, p. 90). En realidad, para Fuoco la producción era muy importante, pero estaba convencido, y nosotros con él, de que si se distorsiona y pervierte el mecanismo que asigna las cuotas de renta a las distintas clases sociales (es decir, "la distribución"), la producción se atasca.
Loria es un autor importantísimo en nuestra historia de búsqueda del "spirito meridiano" del capitalismo. Cuando el carro de la ciencia económica se desplazó hacia las preferencias del consumidor y se volvió una matemática aplicada a las elecciones del individuo, Loria, con una tenacidad infinita, puso la "vieja" renta en el centro de su teoría. Y lo hizo toda su vida como una auténtica vocación, desde sus primeros estudios universitarios en Siena hasta su muerte que le sorprendió en su casa de Luserna San Giovanni, mientras los fascistas intentaban capturarlo por judío. En su tesis de licenciatura escribió: "La renta de la tierra no sólo es el fenómeno más importante de todo el organismo social, sino que es ella misma su síntesis" (La rendita fondiaria, 1880, p. xiii). Loria fue un crítico del capitalismo similar y diferente de Karl Marx. Como Marx, también él quería comprender los grandes movimientos de la sociedad a partir de las relaciones económicas; pero mientras que para Marx el eje del capitalismo estaba en el conflicto entre salarios y beneficios, para Loria (y para Fuoco) el conflicto decisivo era entre rentas y beneficios: "La verdadera escisión de fondo de las dos clases de riqueza es aquella que existe entre la clase de los terratenientes y la clase de los capitalistas, con intereses antitéticos y opuestos, y por tanto en perpetuo conflicto" (La sintesi economica, 1910, p. 211).
Entre los siglos XIX y XX, Loria escribió obras monumentales para fundamentar mejor su tesis y presentar una teoría del materialismo histórico alternativa a la de Marx y Engels -con quienes mantuvo encarnizadas polémicas públicas, en parte relatadas en su Prefacio al tercer volumen de El Capital de Marx. La historia de Loria es la historia de una derrota. Su teoría de la renta fue aplastada "por izquierda" debido al crecimiento del marxismo (Gramsci acuñó sarcásticamente la expresión "lorianismo") y "por derecha" por la nueva economía liberal neoclásica representada en Italia por Pantaleoni y, sobre todo, por Pareto (que, con su conocida altanería, consideraba a Loria un charlatán). Loria, cada vez más solo y marginado (y estimado por unos pocos, entre ellos Luigi Einaudi), siguió sin embargo creyendo en su teoría de la renta, que con el paso del tiempo ya no se refería sólo a la renta de la tierra sino que se extendía a toda forma de renta que llega hoy gracias a los privilegios de ayer (esto es, en esencia, la renta). Por eso escribió también sobre las rentas financieras y los bancos; ¿hoy se hubiera ocupado de las rentas de asesoría a expensas de los empresarios? La teoría de la renta fue así la herramienta con la que Loria criticó un capitalismo cada vez más especulativo y más alejado del trabajo: "La verdad es que bajo el mundo económico sano y normal que la escuela clásica se complace en pintar, bajo las haciendas y los latifundios, los talleres y las fábricas, en sombríos lugares subterráneos se agita y se intercambia una turba de falsificadores, que manipulan y trafican la riqueza de otros y de ella extraen con fraude enormes beneficios" (Corso di Economia Politica, 1910, p. 303).
Podemos entender así una de sus más bellas afirmaciones: "Quien observa con ánimo desapasionado la sociedad humana, percibe fácilmente cómo esta presenta el extraño fenómeno de una absoluta e irrevocable escisión en dos clases rigurosamente distintas; una, sin hacer nada, se apropia de rentas enormes y crecientes, mientras que la otra, mucho más numerosa, trabaja la mañana y la noche de su vida a cambio de un salario miserable; la una, es decir, vive sin trabajar, mientras que la otra trabaja sin vivir, o sin vivir humanamente" (Le basi economiche della costituzione sociale, 1902, p. 1). E l sistema clásico de Ricardo, Fuoco y Loria era tridimensional: tierra, trabajo, capital. En cambio, la ciencia económica neoclásica de finales del siglo XIX pasó a ser bidimensional: trabajo y capital. Esta transformación generó no sólo la pérdida de la profundidad teórica que traía consigo la tercera dimensión de la tierra. El eclipse de la tierra en el capitalismo es una de las principales causas de la destrucción del planeta y de la pérdida de sus raíces. En una entrevista (en "L'ufficio moderno") que concedió con motivo de su jubilación de la docencia en la Universidad de Turín, Loria respondió a la pregunta "¿qué es lo que más estimula su interés científico?" con una frase que debería escribirse en todos los Departamentos de Economía del mundo: "El dolor humano".