La tierra del nosotros/8 - El mercado, los mercaderes y el Evangelio : entre reflexión científica y obras sociales.
Luigino Bruni.
Publicado en Avvenire el 11//11/2023.
La época de los mercaderes medievales y de sus empresas, donde en el Libro de la Razón se podía encontrar los libros contables a nombre de "Messer Domineddio", fue la época en que la alianza entre mercaderes y frailes mendicantes impulsó Florencia, Padua o Bolonia. Una época extraordinaria que no llegó a convertirse en la cultura económica italiana y moderna del sur, porque la Reforma luterana y la Contrarreforma católica partieron Europa en dos e impidieron que las semillas civilizadas medievales florecieran en plenitud. El mundo nórdico protestante fue, paradójicamente, el que recogió una parte de la herencia de la primera economía de mercado medieval (pero sin sus carismas, sin Francisco ni Benedicto), aunque hubiera nacido polemizando con la riqueza de la cristiandad romana de los papas renacentistas. Los países católicos, e Italia especialmente, vivieron la Reforma protestante como un trauma religioso y civil, y los frutos fueron los típicos de un gran trauma colectivo. No podemos saber en qué se habrían convertido la sociedad y la economía italianas y del sur si aquella alianza entre franciscanos y mercaderes hubiera continuado después del siglo XVI, si la Iglesia católica no se hubiera asustado, y hasta a veces aterrorizado, frente a toda forma de libertad individual, convencida de que el "foro interno", privado del control de los pastores, estaba demasiado expuesto a los vientos de la herejía del Norte. Toda esa clase de mercaderes humanistas que había crecido entre Dante y Masaccio, entre Miguel Ángel y Maquiavelo, entre las empresas y bancos de los toscanos y de los lombardos, se hizo añicos bajo el precipicio del Concilio de Trento, y con el final del siglo XVI comenzó la época barroca que aportó algunas excelencias artísticas y literarias, pero que no generó ni hijos ni nietos a la altura de aquellos primeros mercaderes amigos de los frailes y de las ciudades. La historia barroca de Italia es la historia de un camino interrumpido, de una asignatura pendiente en lo civil, lo religioso y lo económico, que tuvo un efecto decisivo en la forma que la economía y la sociedad modernas adoptaron bajo los Alpes. Ese conjunto de teología, normas jurídicas y morales, prácticas y prohibiciones, temores y angustias que llamamos Contrarreforma (no uso la expresión Reforma católica, aunque existe una Reforma en la Contrarreforma católica y una Contrarreforma en la Reforma protestante) no sólo condicionó nuestra vida religiosa, sino que cambió y moldeó también nuestras empresas, la política, los bancos, las comunidades, las familias y los impuestos.
En esta Italia de la Contrarreforma, algunas dimensiones del ethos económico medieval y renacentista lograron sobrevivir a la restauración. Algún espíritu antiguo se coló por los accesos escondidos entre los pliegues de la vida de la gente, en los espacios vitales y no ocupados por el poder religioso. Espacios a menudo sumergidos, verdaderos ríos cársticos, donde algunos mercaderes y banqueros consiguieron abrirse paso sin dejarse desanimar y sin dejarse vencer por los manuales confesionales y los catecismos antieconómicos y anticívicos de los siglos XVII y XVIII. En estos siglos, muchos Montes de Piedad se extinguieron, otros se convirtieron en bancos comerciales. Los Montes frumentarios, como hemos visto, sobrevivieron más tiempo, durante cuatro siglos, y constituyeron recursos pobres pero decisivos para el sur de Italia. Fueron pocos, pero no faltaron los estudiosos de las cuestiones economicas que haciendo malabares entre las prohibiciones y las condenas eclesiásticas escribieron bellas páginas de teoría económica. Primero Antonio Serra y Tommaso Campanella, y luego Ludovico Muratori y Scipione Maffei fueron ese puente ideal que unió la orilla del Humanismo civil con la Ilustración reformadora de Genovesi y su escuela civil napolitana (de Dragonetti, Longano, Odazi, Filangieri, Galanti...), en una de las épocas más brillantes de la historia italiana. El siglo XVIII económico se enfrentó pronto con la restauración de las primeras décadas del siglo XIX, y luego con el antimodernismo de los siglos XIX y XX, los años del Non expedit de Pío IX(1) y del Pascendi dominici gregis de Pío X (1907), que culturalmente fue similar al clima creado por la Contrarreforma de los siglos pasados.
Viniendo directamente a la economía, el napolitano Francesco Fuoco escribió en los años 1820 y 1830 textos con un sabor todavía genovesiano y humanista, páginas heredadas de los comerciantes-banqueros humanistas de la Toscana de los siglos XIV y XV. Pero con Fuoco terminó la tradición genovesa de la Economía Civil, porque a mediados del siglo XIX nuestros mejores economistas refundaron la tradición italiana sobre bases francesas e inglesas, sin ningún vínculo vital con el siglo XVIII napolitano e italiano. Seguiremos teniendo buenos economistas, pero ahora todos están muy alejados de Genovesi e insertados en la corriente principal de una ciencia nueva, internacional y cada vez más anglosajona. Italia se convirtió en una periferia, aunque respetada todavía hasta la Segunda Guerra Mundial (fundamentalmente gracias a la enorme estima de todos por Vilfredo Pareto).
Algunos pocos economistas italianos, incluso de talento, intentaron sin embargo, entre los siglos XIX y XX, volver a conectar con la tradición clásica italiana, sin seguir el carril único de la ciencia en sus nuevas vías. Uno de ellos, y quizá el más interesante, es Achille Loria (1857-1943), de Mantua, a quien dejamos la semana pasada con su "teoría de la renta", similar a la de Francesco Fuoco. Loria fue uno de los pocos economistas de su tiempo que no pasó por alto los Montes frumentarios: "Los Montes frumentarios prestaban trigo en especie, dando al prestatario, en el momento de la siembra, una fanega de trigo caído y recibiendo, en el momento de la cosecha, una fanega de trigo lleno: la diferencia entre las dos fanegas representaba el interés. Pero con el tiempo este préstamo se hizo sobre todo en favor de los grandes propietarios y perdió así todo el carácter filantrópico, que era su virtud" (Corso di Economia politica, 1927, p.695). El interés de Loria por la renta, que él puso en el centro de su sistema, era la expresión de una visión economica y social centrada en los beneficios y, por tanto, en los empresarios, en la clase productiva, crítica por tanto con la tendencia parasitaria de la cultura italiana, que había crecido exponencialmente durante la Contrarreforma. El siglo XVII fue, de hecho, una época de retorno a la tierra, de nobleza de sangre, de condes y marqueses, de esa clase de nobles que vivían sin trabajar, y del resto de la sociedad que trabajaba sin vivir: "Luego viene otra subdivisión de las clases sociales, moldeada sobre la distinción del capital en productivo e improductivo: la de los capitalistas productivos, dedicados exclusivamente a la industria, y la de los improductivos que no aumentan la riqueza social, sino que especulan con los valores, formando su renta con la exacción sobre las rentas ajenas" (La sintesi economica, 1910, p. 211).
Queda todavía una pregunta. Loria es un continuador de la tradición civil italiana, pero no era católico (era de familia judía): ¿hacia dónde se orientó entonces el pensamiento económico católico del siglo XX? Loria también escribió también sobre la cooperación y sobre el movimiento cooperativo. De hecho, en sus escritos sobre la cooperación, las cajas rurales y luego las cajas de ahorro, encontramos algunas de las páginas más hermosas de la Economía Civil de los escritores italianos, a partir de la segunda mitad del siglo XIX, incluidas algunas lindas páginas de Giuseppe Mazzini. Como los italianos católicos se dedicaron a construir Montes de Piedad, Montes frumentarios y una enorme cantidad (y calidad) de obras sociales, escuelas y hospitales en tiempos de la Contrarreforma, la noche del librepensamiento antimodernista de los siglos XIX y XX vio una gran proliferación de obras sociales, instituciones, cooperativas, bancos y escritores no académicos pero buenos constructores del bien común.
Eso no quita, sin embargo, que la oleada antimodernista de la Iglesia católica afectara también fuertemente a los pocos economistas católicos de la primera mitad del siglo XX, desde Giuseppe Toniolo hasta Amintore Fanfani. Esta tradición católica, que tuvo como centro importante la primera época de la Universidad Católica del Sacro Cuore de Milán fundada por Agostino Gemelli, siguió considerando la Edad Media como la edad de oro y la Escolástica de Tomás como el culmen de la cultura y la filosofía cristianas, incluso en el ámbito económico. Para Fanfani, un autor con su propio genio y originalidad, la cúspide ética de la ética económica se alcanzó entre el siglo XIII y principios del XIV, cuando, con los primeros asomos del Humanismo -leido como una regurgitación del paganismo-, comenzó el declive de la civilización cristiana, que daría vida, a finales del siglo XIV, al espíritu del capitalismo, que para Fanfani era un espíritu maligno. Fanfani, criticando a Max Weber (quizá sin saberlo), afirmó que el capitalismo no nació en el mundo protestante, sino en la Italia de los siglos XIV y XV, cuando la práctica económica abandonó las enseñanzas de la Escolástica y comenzó a seguir caminos diferentes, alejados del auténtico humanismo evangélico: "A lo largo de los siglos XIV y XV creció el número de los que en la obtención de la riqueza adoptaron métodos ilícitos según las reglas tomistas..... El vecino pierde la fisonomía del hermano y adquiere la del competidor, es decir, la del enemigo" (Le origini dello spirito capitalistico in Italia, Vita e Pensiero, 1933, p.162). Así, comerciantes como Marco Francesco Datini se redimen de una vida equivocada "intentando resarcirse a punto de morir" (p. 165). Porque, para entonces, "la riqueza es un medio únicamente apto para satisfacer las propias necesidades" (p. 165). Por otra parte, hasta mediados del siglo XIV, la economía era para Fanfani cristiana porque "la actividad económica, como todas las demás actividades humanas, debía desarrollarse en torno a Dios... Todas se encontraban en una idea: la del teocentrismo" (p. 158). El siglo XV fue así el nacimiento del espíritu del capitalista que "no conoce otro límite de conducta que la utilidad" (p.155).
Así, todo el trabajo de la escuela franciscana entre los siglos XIII y XIV (que Fanfani y Toniolo ignoran o no toman en serio), que había llevado a una nueva concepción del beneficio civil y del comerciante como amigo de la ciudad, es considerada degeneración y decadencia respecto al verdadero espíritu cristiano, aquel dominado por el tomismo, cuando sólo se trabajaba por el bien común, porque, se dice, trabajar por el bien privado es sólo una forma de egoísmo y de búsqueda de la propia utilidad personal. De ahí una visión, la suya, que lee el Humanismo contra la Escolástica, y sobre todo considera la centralidad de Dios en competencia con la centralidad del hombre, como si Dios hubiera querido un mundo orientado a sí mismo, un Padre que no gozara de la autonomía de sus hijos para quererlos a su servicio exclusivo -¿qué padre no incestuoso haría eso? Se olvidó entonces que los siglos XIV, XV y XVI fueron los siglos en los que la alianza entre franciscanos y mercaderes había operado auténticos milagros económicos, civiles, artísticos y espirituales, y aquella enemistad entre la centralidad de Dios y la centralidad de los hombres, que había dominado en la Contrarreforma, volvió en el siglo XX.
Muchos documentos de la Doctrina Social de la Iglesia se ven afectados por estas décadas antimodernas, antimercado, antiempresarios y antibancos (no extraña que ni la palabra empresario ni la palabra banco aparezcan en nuestra Constitución). Es por eso que hoy sería urgente y muy necesario que los estudios de Doctrina Social vuelvan a partir realmente del Humanismo, de aquel período en que el mercado nace del espíritu cristiano, de comerciantes y mendigos juntos, del Evangelio, y no en contra esto. Es lo que hemos intentado hacer estas semanas. Gracias a quienes nos han seguido en este camino, desafiante pero quizá también un poco útil.
1. Non expedit o ‘‘No conviene’’, en español, fue la resolución que mantuvo la Santa Sede -entre 1866 y 1919- de prohibir y de desaconsejar a los católicos italianos de participar en la política del incipiente Reino de Italia, ni como votantes ni como candidatos.