Es necesario tomar conciencia, y mantenerla siempre viva, de que cada vez que permitimos que un «no» entre en nuestra vida, ese «no» se multiplica, se hace una montaña y reduce nuestro horizonte de libertad y el de todos.
Luigino Bruni
publicado en Il Messaggero di Sant'Antonio el 23/09/2021
El premio Nobel de Economía Thomas Schelling, en los años sesenta del siglo pasado, elaboró modelos que nos ayudan a comprender algunos fenómenos sociopolíticos. En particular, mostró cómo los vínculos personales que parecen «normales» conducen, una vez agregados a gran escala, a resultados muy radicales que las personas individuales no buscaban ni preveían al comienzo del proceso. Por ejemplo, si cada una de las alumnas piensa el primer día de clase: «No me gustaría estar sentada en un pupitre entre dos varones», esta preferencia individual producirá una clase con todas las chicas a un lado y los chicos a otro. Y así podríamos seguir poniendo ejemplos.
Los estudios de Schelling proporcionan sugerencias importantes también para la democracia y la vida comunitaria. Nos permiten entender cómo es que ciertos fenómenos «macro» y colectivos que parecen muy polarizados y extremos son resultado de preferencias individuales mucho menos polarizadas y extremas. En otras palabras: las contraposiciones ideológicas sobre temas éticos o políticos – sobre la vida, la orientación sexual, los inmigrantes, Europa, las vacunas… – tienden a exasperarse y polarizarse mucho más que lo que las personas, de una en una, piensan. Esto ocurre cuando se pasa de las personas individuales a los grandes sujetos colectivos (partidos, movimientos). De ahí la experiencia de que en los diálogos privados hay menos contraposición que en los partidos-movimientos, a los que cada una de esas personas vota como sus representantes. Así pues, un consejo práctico: si los ciudadanos no quieren partidos radicales, es mejor que reduzcan al mínimos los vínculos y las condiciones de sus propias preferencias personales, porque un vínculo que a nosotros nos parece poco exigente se amplifica mucho a nivel colectivo.
Pero pensemos también en la vida comunitaria. En las comunidades, los hábitos y prácticas colectivas que, vistas desde fuera (y a veces desde dentro) parecen estrambóticas o excesivas, en general nacen de personas que, tomadas de una en una, son mucho menos «estrambóticas» que su comunidad. Algunos hábitos (la forma de rezar, de gesticular, de sentarse a la mesa, de hablar…) no son queridos por nadie tomado individualmente, pero se crean gracias a las amplificaciones de agregación. De estas cosas deben ser muy conscientes los dirigentes, porque la conciencia es el único modo de prevenir derivas fundamentalistas. Estas derivas se pueden bloquear si no hay demasiadas concesiones a deformaciones individuales que en sí mismas no parecen tan graves pero que lo son si se suman a las de los demás.
Hay que tomar conciencia, y mantenerla siempre viva, de que cada vez que permitimos que un «no» – «no» a una persona, a una dimensión de la diversidad… – entre en nuestra vida, ese «no» se multiplica, se hace una montaña y reduce nuestro horizonte de libertad y el de todos. Y nos encontramos en un mundo que tampoco nos gusta a nosotros, solo porque cuando estábamos a tiempo no tuvimos un corazón y un mundo más amplio. La educación de los niños y de los jóvenes es esencial en esto, porque en los primeros años de vida es cuando estos «no» comienzan a asomar por los agujeros educativos. Entran, crecen y después se multiplican en nuestras comunidades. Fuimos capaces de realizar los milagros políticos y económicos de la segunda mitad del siglo XX porque el gran dolor de las guerras eliminó muchos «no» en la educación de nuestros padres. Hoy, mientras estamos en otras guerras, debemos evitar que esos «no» vuelvan a entrar en nuestros corazones y produzcan nuevos monstruos colectivos. El reto es decisivo, no podemos perderlo.
Credits foto: © Giuliano Dinon / Archivio MSA