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#EoF – La Economía de Francisco y el Co2: así daré sentido a mi vida

#EoF: las historias - La historia de Valentina Rotondi, investigadora en Oxford y en la SUPSI, una de las coordinadoras de The Economy of Francesco.

Valentina Rotondi

fuente: Famiglia Cristiana

Me presento: soy investigadora, economista de formación, pero con un fuerte espíritu  interdisciplinar. En la investigación, como en la vida, me gusta ponerme a la escucha y dar más espacio a las preguntas que a las respuestas. Actualmente trabajo a tiempo parcial en la SUPSI de Lugano (Escuela Universitaria Profesional de la Suiza Italiana) y en el Leverhulme Centre for Demographic Science de la Universidad de Oxford. Estoy casada con Leonardo y soy madre de Giovanni y de Caterina. Tengo 34 años. Al igual que muchos jóvenes, muchas veces me he preguntado cuál era el lugar donde realizar mi llamada en la vida. Mi formación de scout siempre me ha guiado en esto: una vida sin servicio es una vida a medias. Esto lo he tenido claro desde muy pequeña. Pero había una pregunta que muchas veces me quitaba el sueño durante los años de la adolescencia: ¿cómo? Hoy siento que puedo decir que mi trabajo de investigadora constituye una parte de mi vocación. Trabajar por una economía y una sociedad más inclusiva, que no deje a nadie atrás, que tenga en cuenta la dimensión local y que no se olvide del mundo y sobre todo de los más pobres. Una vocación recibida por gracia y no por mérito. He tenido la suerte de coordinar, junto a Luca Crivelli, Carlo Giardinetti y muchos otros, la aldea CO2 de las desigualdades para Economy of Francesco

Cuando vi  por primera vez la página de Economy of Francesco en Internet y leí la carta que el Papa nos había dirigido a los jóvenes economistas, emprendedores y changemakers, la chispa que llevaba en el corazón se encendió de repente. Llevaba mucho tiempo esperando este evento. La llamada de Francisco fue una verdadera inspiración. El Papa nos pedía que nos pusiéramos al servicio y ofreciéramos nuestras competencias. Al fin las dos almas, los dos caminos que había recorrido en mi vida, iban en paralelo y se unían: tenía la oportunidad de ofrecer mis competencias, mi investigación, mis preguntas y unas pocas respuestas para algo que realmente valía la pena. Inmediatamente mandé la solicitud. Recuerdo que escribí la carta de un tirón en un frío parque de Oxford. Después llamé a mi marido y le dije: «el Papa quiere reunirse con los jóvenes economistas». Su respuesta fue tan radical que comprendí que el tiempo era propicio: «¿cuándo te vas?». Unas semanas después recibí una invitación del comité central: pedían mi ayuda durante el proceso de “creación de Economy of Francesco”. En aquel momento comprendí que en realidad lo que creía que sería un evento era mucho más: un proceso en el que no había nada previamente escrito, en el que más que añadir contenidos hacía falta quitar, profundizar en las cosas para no dar nada por descontado.

El Papa quería verdaderamente escuchar a los jóvenes y ellos eran el eje de todo. Durante meses pensamos cómo hacerlo posible. No fue fácil, entre otras cosas por la inesperada pandemia global que todos conocemos, pero fue enormemente enriquecedor. Valentina RotondiEoFEconomy of Francesco no es ni será nunca un congreso. EoF ha sido y será un proceso que ha permitido tejer relaciones, imaginar nuevos paradigmas y poner en el centro de nuestra experiencia de jóvenes profesionales la vida de millones de personas que en todo el mundo todavía viven en los márgenes de una sociedad que demasiadas veces se olvida de ellos. Sus caras, sus historias, su futuro, son el motivo por el cual Economy of Francesco no será nunca previsible. La “aldea”, es decir la comisión de profundización en uno de los temas que me acogió originariamente, debía tener como sede el Instituto Seráfico de Asís: una aldea sobre las desigualdades en un lugar donde las desigualdades son tan fuertes que te hacen llorar (de dolor pero también de esperanza). Su título, “CO2 of inequalities” expresa bien la tensión subyacente en el tema. No tiene sentido pensar en la naturaleza sin el anhídrido carbónico. El anhídrido carbónico forma parte de la vida, es un ingrediente natural de la fotosíntesis, un subproducto de nuestra propia respiración y de la combustión. Así pues, el anhídrido carbónico no es un mal en sí mismo, con tal de que el ecosistema sea capaz de gestionarlo y mantenerlo en “equilibrio”.

Sin embargo, cuando el anhídrido carbónico supera un umbral determinado, cuando se transforma en un deshecho, se vuelve insostenible y representa una verdadera amenaza para el planeta. Esta metáfora estuvo en el centro de nuestra reflexión durante estos meses. La diversidad es un recurso importantísimo, no solo en la naturaleza sino también en la sociedad. Muchas diferencias no solo no deben ser evitadas, sino que incluso pueden ser consideradas como una riqueza y un estímulo para un desarrollo más humano alentando el fenómeno denominado “movilidad social”. Sin embargo, si las desigualdades supera un umbral determinado, la movilidad social se convierte en una quimera, un sueño irrealizable, y el funcionamiento del sistema social y económico (como ha argumentado Piketty) entra en una crisis profunda. Así pues, es importante distinguir en primer lugar entre diferencias y desigualdades, reconocer que abandonamos el universo de las diferencias y nos precipitamos en el infierno de las desigualdades cuando las múltiples disparidades de carácter material, relacional, simbólico y biológico que constituyen  la riqueza más grande de que dispone la humanidad, se convierten en objeto de valoración social. Si esto es cierto, también debemos aprender a redimensionar nuestras escalas de valores y nuestros principios (también los lingüísticos). Intentemos pensar por un momento en nuestra vida: ¿qué peso han tenido a la hora de determinar lo que somos actualmente nuestro esfuerzo y nuestra perseverancia y qué peso ha tenido la suerte y las condiciones estructurales? ¿Qué mérito tenemos nosotros en haber nacido en un lugar concreto del mundo , en un determinado periodo de tiempo y en una determinada familia? Robert Frank ha demostrado recientemente que la suerte ejerce un papel muy superior a lo que los economistas tienden a pensar. Este primer paso es importante pero no suficiente. También debemos aprender a reconocer las distintas formas de desigualdad, tan interconectadas e interdependientes que dificultan mucho la tarea de determinar cuál es la causa y cuál el efecto.

En nuestra vida no pesan solo las desigualdades de renta, sino también las relativas a algunos bienes capitales como la salud, el patrimonio genético, el capital humano, el acceso a las nuevas tecnologías y a los recursos ambientales, las oportunidades vinculadas al género y a la etnia. Por último, es necesario pensar en una economía y en una sociedad que, como sostiene Kate Raworth, sean regenerativas e inclusivas por diseño (y no ex-post) y no produzcan una sola víctima, un solo descarte; que no se olviden de nadie. Un primer punto de partida para hacer esto consiste en darnos cuenta de que si consideráramos, por ejemplo, algunos aspectos vinculados no solo a la renta sino también al consumo del medio ambiente y al desarrollo humano (por ejemplo, las relaciones y la gratuidad) todos los países del mundo se convertirían en “países en vías de desarrollo”, y ya no habría distinción entre países “desarrollados” y países que quedan atrás en la clasificación. Todos seríamos repentinamente catapultados a una realidad en la que todos debemos volver al comienzo, a la casilla de salida, como en el Monopoli. Esto implica repensar nuestras vidas, a partir de nuestras decisiones cotidianas y, más en grande, comprender que, como varias veces ha puesto de manifiesto el premio Nobel Amartya Sen, lo verdaderamente importante y aquello por lo que es correcto invertir incluso una cantidad desproporcionada de recursos, dando espacio a la innovación tecnológica, científica y social, es asegurar a cada persona la capacidad de desempeñar eficazmente sus funciones y la libertad de perseguir con dignidad los propios planes de vida respetando las diferencias y evitando, siempre y en la medida de lo posible, cualquier forma de desigualdad.

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