En la parábola del Hijo pródigo contada por Lucas no se habla de la madre. Y con ella queda ausente en la historia cualquier mirada femenina. Si hubiera habido una madre, la historia habría sido ciertamente otra.
Luigino Bruni
publicado en el Messaggero di Sant'Antonio el 11/11/2024
Las parábolas evangélicas también están llenas de inspiraciones para la vida económica y civil. Pensemos en la hermosa parábola del Hijo pródigo (o del Padre misericordioso). Lucas nos presenta a un padre y a dos hijos, uno mayor y otro menor. Un hombre rico y una empresa familiar, quizás agrícola. El hijo más joven no quiere continuar con el proyecto paterno. Abandona y le pide al padre su “parte de la herencia’’. El padre podía no dársela porque la tradición judía no aceptaba que un hijo pidiera la herencia con el padre todavía vivo, y porque en esas culturas antiguas el padre era el amo de todo. Y sin embargo, lo deja ir con una parte del patrimonio de la casa. Convierte los bienes familiares en patrimonio, o sea en don (munus) del padre.
Este primer acto es decisivo, la libertad conferida al hijo es su primer gesto misericordioso. Porque los hijos no deben sentirse condenados a continuar con “el imperio” de los padres o los abuelos. Pueden hacerlo, pero no es un deber. Sin embargo, los chantajes implícitos y las expectativas son a menudo ataduras que bloquean a los hijos e hijas, y les impiden emprender un libre vuelo. El destino de los hijos no debe estar determinado por el de los padres. Y, si sucede, estaríamos dentro de una forma de incesto, en la que los padres se comen el libre futuro de los hijos. Aquel padre lleva a su hijo joven a la vida adulta y, por lo tanto, a la libertad.
El hijo pródigo, en la parábola, hace un uso equivocado de los bienes heredados. Esto también forma parte de los riesgos de la paternidad. No hay paternidad sin la posibilidad de que los hijos se pierdan persiguiendo su propia vida y su libertad. Porque si no les damos la posibilidad de ser peores que nosotros, nunca serán mejores que nosotros, porque faltaría esa libertad verdadera, esencial para volverse personas auténticas y hermosas. El fracaso posible es la otra cara de la libertad. Sin embargo, muchas veces las empresas familiares fracasan porque los padres ponen sobre los hombros de sus hijos una carga demasiado pesada, y un día el proyecto explota bajo de ese peso que crece cada vez más; si, en cambio, hubieran vendido la empresa, esta habría crecido en otros terrenos y habría dado nuevos frutos. La castidad de los fundadores es esencial para la sobrevivencia de cualquier empresa.
Por último, en la parábola de Lucas no se habla de la madre. No se la menciona, y con ella queda ausente cualquier mirada femenina en la historia. Si hubiera habido una madre, la historia sería ciertamente otra. Entretanto, habríamos visto que, mientras el padre hablaba con su hijo menor sobre la herencia, la madre ya le estaba preparando una bolsa con una túnica, una manta, sandalias y, sin duda, algo de comida -las madres nunca dejan ir a un hijo joven sin algo de buena comida-. Y después habrá hecho de todo para saber dónde y cómo estaba y, al no tener noticias, lo estaría esperando, igual y a diferencia de su marido. Y el día de su regreso no habría participado del banquete con el becerro engordado (porque las mujeres no estaban invitadas), pero habría dedicado el tiempo a preparar a su hijo mayor a recibir a su hermano y a no juzgarlo, y después se habría ido al templo o a un altar a agradecer a Dios por ese regreso tan deseado. Y luego de haber abrazado a su hijo, y de haberlo regañado por todo ese silencio (las madres pueden regañar a sus hijos de una manera diferente), habría llorado mucho. Y luego lo habría amado todavía más, porque sabría que ese hijo más frágil podía volver a salir en cualquier momento por otras pocilgas, porque las mujeres saben que no basta un banquete para curar heridas profundas. Y habría seguido rezando, amando, esperando por el resto de su vida.
Credit Foto: © Giuliano Dinon / Archivio MSA