El discurso de Luigino Bruni el 27 de mayo en Barbiana, en ocasión de las celebraciones organizadas por el centenario del nacimiento de Don Lorenzo Milani.
Luigino Bruni
publicado en La via libera el 29/05/2023
"Cada año se repite la historia de las inundaciones,
de los muertos,
de las familias devastadas,
de los miles de millones tragados por el agua, cada año
en un período fijo. Ni un problema de fondo se ha resuelto". (Esperienze pastorali, p. 462)
Si hace cien años, al comienzo de la era fascista, Italia engendró a Lorenzo Milani, y si cien años después estamos aquí para honrar su memoria, fascinados y encantados por su persona, sus gestos y sus palabras, si por lo tanto Don Lorenzo no ha sido olvidado por la Italia del consumo, del hedonismo, del cierre de los puertos, de las armas, de la escuela del mérito y de las guerras alimentadas por nuestras armas, entonces podemos esperar aún, con una esperanza nada vana.
Desde Barbiana, una perspectiva diferente.
Releyendo hoy a Don Milani, mirándolo desde nuestro tiempo y nuestro sistema económico, surge inmediatamente que no fue sólo un gran pedagogo, un pastor apasionado e innovador, ni fue sólo un profeta: fue también un crítico del capitalismo. Italia vivía, en los años cincuenta y sesenta, su milagro económico, su boom industrial y de consumo. Don Milani contempló ese milagro desde otra perspectiva. No se coloca en la mesa junto al rico epulón, elige la perspectiva de Lázaro, del que recoge las migas debajo de la mesa. Desde allí mira ese auge, junto con la periferia, los descartados. Desde ahí, desde abajo. "En lugar de ver la cosa desde las alturas de los principios la miro desde el fondo de la pequeña práctica parroquial, donde, sin embargo, están las cosas más grandes para nosotros: la persona y los sacramentos" (Carta a Jemolo).
Y, desde esa perspectiva que le tocó vivir, desde ese abajo donde se encuentra primero en San Donato y luego en Barbiana, don Lorenzo ve cosas distintas sobre la empresa y, principalmente, sobre el trabajo (las páginas de don Milani acerca del trabajo deberían incluirse en una antología de las páginas más bellas sobre el trabajo en toda la literatura universal), sobre los pobres y, entre ellos, sobre los muchachos que son pobres porque son descartados. Descubre el límite antropológico y los errores del capitalismo siendo párroco de obreros y montañeses, no desde los libros. Lo de Mauro, "que se puso a trabajar a los 12 años", o lo de Luigino, de 14, son experiencias y son pastorales: ¡la realidad es superior a la idea!
Y mientras economistas como mi maestro Giacomo Becattini empezaban a alabar las virtudes del distrito industrial de Prato, Don Lorenzo veía la otra cara de esa medalla, la aparición de una nueva ley: "la ley única: el bien de la empresa" de Baffi, el prototipo del patrón. Pero una fábrica que respeta el trabajo es justo "lo que Cristo espera de nosotros desde hace siglos". Y luego añadió: "Baffi no quiere cuatro hombres. Sólo quiere uno, pero tampoco un hombre, quiere un chico, y lo exprime. Y si mañana pudiera, prescindiría también de él” (Esperienze pastorali, p. 451).
Un crítico del capitalismo, ciertamente, que en Italia sólo puede compararse, por la genialidad, a Pasolini, aunque ambos eran muy diferentes. La crítica de don Milani al capitalismo nace de la evolución de su comprensión del cristianismo y de toda la Biblia. Llega a criticar el capital desde el corazón del humanismo cristiano. "Estas cosas (la pobreza) también tienen valor en el plano estrictamente religioso" (carta al padre Piero). Don Milani fue, pues, un crítico del capitalismo porque le interesaba, y quizás, sobre todo, para reformar la Iglesia, porque tenía una visión civil de la Iglesia, como el "reino", como la sal de la tierra: no como algo separado del resto del mundo. Y por eso cuando al final de Esperienze pastorali esboza las tres opciones concretas a las que se enfrenta la iglesia italiana, la que menos siente es la primera: "Primera opción: volver al non-expedit, retirarse todos, como hicimos hace siglos con los bárbaros". Alguien (el teólogo Rod Dreher) la llamó opción de San Benito (rebajando enormemente lo que fue el monacato y su alcance civil).
Otra Iglesia, otro mundo.
Don Milani quería cambiar el capitalismo porque quería cambiar la Iglesia, y al mismo tiempo, cambiando la Iglesia quería cambiar el capitalismo y el mundo. Son importantes sus análisis de las fiestas y tradiciones populares que encontró en San Donato, que de cristianas tenían poco. Don Milani, converso a los 20 años, sentía que el cristianismo de Cristo aún no había comenzado, y se puso a hacer su inmensa labor de catequesis. Don Lorenzo fue también, y quizás por encima todo, un gran educador-catequista cristiano. Por eso, lo que realmente le preocupaba era "saber que pronto será el final para la fe de los pobres" (Esperienze pastorali, p. 465).
En aquella estupenda carta a don Piero con la que se concluye Esperienze pastorali, leemos: "Ya me parece escucharte protestar: '¿Qué tiene que ver? Eres tú, Lorenzo, quien no ha sabido mostrarles la cruz, predicarles el Evangelio desnudo y crudo y la doctrina social de la Iglesia’. No... Los del otro lado no pueden, yo no puedo, estoy comprometido con el gobierno y con Baffi (el industrial de los hilados de Prato). Este es el muro que me impide ir al encuentro con los pobres y señalarles la Cruz. Si lo hiciera, parecería una horrible burla" (Esperienze pastorali, p. 459).
Leyendo y estudiando a Don Milani me ha parecido inmenso. Había comprendido que el capitalismo era algo más que un asunto económico. Se estaba convirtiendo en una religión, que pronto ocuparía el lugar del cristianismo, y en esto también se asemeja a Walter Benjamin. Estaba comprendiendo, en los albores del desarrollo económico popular, que había una dimensión mesiánica equivocada en el capitalismo, la promesa de una tierra diferente a la de la Biblia. Y mientras la Iglesia se aterrorizaba por la promesa comunista, don Lorenzo entendió que se avecinaba otra ideología, religión e idolatría, y que era mucho más devastadora para el cristianismo de lo que era el comunismo.
Hoy podemos decirlo: nos hemos distraído, como cristianos y como ciudadanos de Occidente, hemos dormido demasiado tiempo y no nos hemos dado cuenta de que el gran enemigo, el cuco que había entrado en el nido del cristianismo, no era el comunismo, sino el capitalismo, con su promesa de vida eterna sin Dios, que ha conquistado uno a uno a todos nuestros conciudadanos, y nos está conquistando también hoy, con su religión del mérito y del management científico. Don Milani lo había entendido, y lo había puesto en el centro de su crítica, totalmente económica y totalmente cristiana.
Por último, Don Lorenzo era ciertamente un profeta, muy cercano a los profetas bíblicos. Y por eso, como ellos, también hablaba de economía. Como Isaías y su crítica al culto que olvida a los pobres, como Jeremías que para decir "no se ha acabado" adquiere un canto y profetiza en el taller del alfarero, como Amós que denuncia a los pobres vendidos por el precio de una sandalia, Daniel que interpreta la misteriosa escritura de Dios en la pared del palacio del rey y descubre que son los nombres de tres monedas.
Los profetas siempre han hablado de economía, porque sabían, saben, que cuando la fe y la religión no se ocupan de la economía, del trabajo, de los sindicatos y de la guerra, porque son demasiado bajos en comparación con las alturas del cielo, la fe y la religión no sólo se convierten en asuntos irrelevantes, sino que se convierten en aliados de los falsos profetas que son fabricantes de humo religioso sobre los ojos para no dejar ver el derecho y la justicia. "El orden no es un concepto unívoco. Si lo violan los pobres, es un ataque al Estado; si lo violan los ricos, es la coyuntura económica" (Esperienze pastorali, p. 446).
Don Milani hablaba de economía porque el Dios bíblico hablaba de economía, y lo hace porque ama al hombre y a la mujer en su vida ordinaria. Y por eso habla de Dios hablando de salarios, de precios, de esclavos, de liberación: porque su Dios es un liberador de la esclavitud (no entendemos a Don Lorenzo sin el alma judía heredada de su madre Alice, alumna de Joyce).
La segunda opción: "tirarlo todo abajo".
De las tres opciones, la que Don Milani amaba y esperaba al punto de entregar su vida era entonces la segunda opción. "Seguir comprometiéndonos todos, sacerdotes y laicos. Pero hacerlo mejor, en un modo en que los políticos y los economistas y los comunistas nos trataran de locos. Derribarlo todo... Pero esto dicen que es imposible e imprudente".
Tal vez las páginas más proféticas de Esperienze pastorali sean la primera y la última, su dedicatoria a los misioneros chinos y su carta desde el más allá a los misioneros chinos: "Esta obra está dedicada a los misioneros chinos del Vicariato Apostólico de Etruria, para que contemplando las ruinas de nuestro campanario y preguntándose por qué la pesada mano de Dios se abatió sobre nosotros, tengamos de nuestra propia confesión una exhaustiva respuesta". Y al final del libro escribe: "No odiábamos a los pobres, sólo dormíamos. Pero cuando nos despertamos era demasiado tarde: los pobres se habían ido sin nosotros".
Había entendido, en un tiempo en el que las iglesias estaban todavía llenas y en el que estábamos todavía en plena christianitas, que una historia había terminado: que las iglesias pronto se vaciarían, por la incapacidad de su Iglesia para comprender algo decisivo: que la modernidad no era un hijo bastardo, no era un enemigo que había venido de afuera para matarla: era un hijo que sólo esperaba ser comprendido. Pero mientras Don Lorenzo decía que una historia había terminado, decía, con Jeremías, "pero nuestra historia no ha terminado, porque un resto fiel la continuará".
Quiero pensar que hoy formamos parte de ese resto que, con el Papa Francisco, sigue creyendo en una Iglesia pobre, casa de los descartados y excluidos, profética, amiga de la humanidad. Don Lorenzo, como Moisés, no entró en la tierra prometida: la vio de lejos, pero no la alcanzó. Y guardó su deseo, para que un día puedan entrar en ella nuestros hijos y nietos.
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