La importancia de hacer “pequeñas cosas con amor” en cada momento presente, sobre todo en situaciones difíciles. La experiencia del empresario de EdC John Mundell.
John Mundell
Nuestra empresa tenía que trabajar en un proyecto medioambiental para resolver una situación crítica: el pozo de aprovisionamiento de agua de una escuela había sido involuntariamente contaminado por una fuga de gasolina procedente de una estación de servicio cercana. Aunque la escuela analizaba periódicamente el pozo y enviaba los resultados a la agencia estatal encargada de su control, nadie, incluida la propia agencia, examinaba los resultados. A consecuencia de ello, los niños de la escuela estuvieron bebiendo agua contaminada durante más de tres años. Cuando se descubrió la contaminación, nuestra empresa recibió la llamada alarmada de un abogado, cuyo cliente era el propietario de la estación de servicio.
Como podéis imaginar, se trataba de una situación a la que había que dar una respuesta inmediata, también debido a las consecuencias legales que podían derivarse de ella. A la escuela inmediatamente se le proporcionó agua embotellada y puestos para lavarse las manos. Se puso en marcha una investigación para descubrir la ubicación exacta de la contaminación química y su recorrido de migración a través de un barrio residencial hasta la escuela. Un par de días más tarde, en el gimnasio de la escuela, tuvo lugar una reunión con el alcalde para debatir la situación. Cientos de padres enfadados se presentaron con improvisados carteles de protesta, mientras el director trataba de hablar entre los gritos de la gente.
Cuando llegó mi turno, tuve que intervenir en calidad de experto técnico en defensa del propietario de la estación de servicio. Me dije a mí mismo que, más allá de lo que hubiera ocurrido, lo importante era restablecer la confianza con las personas y demostrarles que teníamos capacidad para resolver el problema. Aquella tarde, el abogado y yo habíamos repartido algunos centenares de tarjetas de visita entre los residentes para que tuvieran nuestros datos de contacto. Durante las semanas siguientes, que después se convirtieron en meses, los empleados de nuestra empresa estuvieron realizando investigaciones sobre el terreno, mapeando la contaminación, analizando el agua potable de la escuela y de las casas y hablando con las personas afectadas.
En pocos meses, proyectamos e instalamos un sistema especial de tratamiento de agua que eliminaba los contaminantes y proporcionaba agua potable segura, y encontramos un procedimiento para limpiar la estación de servicio y para canalizar y tratar el agua antes de que entrara en el pozo de la escuela. Descubrí lo importantes que eran las pequeñas cosas que ayudan a recuperar la confianza: hablar frecuentemente con los vecinos, enviar notas personales, responder a las llamadas a distintas horas del día y de la noche, dedicar tiempo a escuchar verdaderamente sus preocupaciones, todo ello trabajando duramente para cumplir los apremiantes plazos. Al final, logramos alcanzar nuestros objetivos en un tiempo extremadamente corto, y las personas pudieron volver a su vida normal. Aquel verano, el director y su ayudante fueron despedidos. El milagro más increíble es que nunca se inició una demanda legal.
Recuerdo bien este proyecto en particular, gracias a una experiencia que me enseñó lo importante que era hacer “pequeñas cosas con amor” en cada momento presente, sobre todo cuando se afrontan situaciones difíciles.
Un día, un análisis del agua potable de la escuela que habíamos limpiado, reveló de repente que estaba de nuevo contaminada. Hablé con el proveedor del material para el tratamiento del agua y él se negaba a aceptar que su material fuera el causante del problema. Pasó un buen rato insultándome y tratando de echarme la culpa. Intenté explicarle con calma la situación y la importancia de resolverla inmediatamente. Insistió en no admitir su culpa. En un momento determinado le dije: “Oiga, estoy dispuesto a pagar la cuenta, aunque sea culpa suya”. Se sorprendió, pero al día siguiente vino y resolvió el problema. Dos semanas más tarde le mandé un cheque para cubrir los gastos. Después de esto, me llamó muchas veces solo para hablar conmigo y darme las gracias. Compartí con él mi deseo de hacer negocios de otra manera, concentrándome más en las personas y menos en los beneficios.
Seis meses después, sin preaviso, recibí por correo un pequeño paquete suyo con una nota: “Especialmente para ti”. Lo abrí y era una imagen de Santa Teresita de Lisieux pintada por él mismo. Resulta que la experiencia que habíamos compartido le había impresionado tanto que decidió volver a la Iglesia. Un día, mientras rezaba después de la misa, tuvo una experiencia de conversión que atribuyó a Santa Teresita. Inspirado, salió y compró pinturas. Era el primer cuadro de su vida.
Ahora, viéndolo después de muchos años, admito que quizá no sea una obra maestra, pero lo que representa es tan bonito para mí que ya no veo las imperfecciones. ¿Y mi “nuevo amigo” Rocco? Supe que había muerto repentinamente no mucho tiempo después de este episodio. Hasta ahora, nunca había tenido la oportunidad de darle las gracias personal o públicamente por la inmensa alegría que su “pequeño acto de amor” me produjo. Pero tengo la sensación de que, de algún modo, él ya lo sabe.