Más allá del mercado - Keynes comprendió que el mundo había cambiado y cambió con él, algo que no sucede con la crisis económica de nuestra generación, ya que todos seguimos enseñando la misma teoría de antes del 2008.
Luigino Bruni
Original italiano publicado en Città Nuova el 28/08/2019
Hoy son muchos los que propugnan una vuelta a la economía de Keynes. La actualidad de Keynes se debe, entre otras cosas, a que fue capaz de darle la vuelta completamente a su teoría económica, cuando la realidad cambió tras la crisis de 1929. Esta gran honestidad intelectual es, ya de por sí, un mensaje muy actual, puesto que cuando se alcanza cierto éxito en determinado ámbito profesional (Keynes en 1930 ya era un economista reconocido) es muy difícil hacer autosubversión y volver a empezar desde cero.
En 1930 John Maynard Keynes aún no era “keynesiano”. La crisis económica de 1929 y de los años siguientes hizo volar por los aires toda la construcción teórica anterior. Keynes comprendió que el mundo había cambiado y cambió con él. Eso es algo que no ha sucedido en la crisis económica de nuestra generación, puesto que todos seguimos enseñando la misma teoría de antes del 2008.
Keynes cambió sobre todo su teoría monetaria, en la que era un maestro. Según la teoría de la moneda de Keynes y compañeros, la moneda era una especie de Jano bifronte. Por una parte, se la consideraba como un velo de las transacciones reales, un mero medidor de precios, una reserva de valor y un medio de pago, bien distinto de la producción real. Pero al mismo tiempo, se atribuía a las políticas monetarias y a los tipos de interés sobre el ahorro un gran poder y una gran confianza para superar las crisis. El aumento de la moneda en circulación y la variación de los tipos de interés deberían asegurar el equilibrio automático del sistema económico sin intervenciones externas. Pero la crisis se alargaba y el sistema no resolvía sus problemas. Los mecanismos monetarios no devolvían el equilibrio al empleo y no relanzaban el crecimiento, como tendría que haber ocurrido si hubieran seguido las leyes económicas.
Entonces Keynes tiró a la basura sus teorías anteriores y reescribió una nueva teoría económica a partir de cero, con innovaciones enormes sobre todo en el terreno monetario. Así nació la Teoría General, publicada en 1936. Un gran mensaje de la teoría general de Keynes es la desconfianza en la política monetaria y en la moneda en general, sobre todo en tiempos de verdadera crisis.
Cuando las “expectativas” (gran novedad keynesiana) son pesimistas, la política monetaria es ineficaz. Y cuando son muy negativas – es decir, cuando se cae en la famosa “trampa de la liquidez” – llega a ser incluso nula: los bancos pueden elevar hasta el infinito los tipos de interés, que la gente retiene toda la liquidez que recibe por falta de confianza en el futuro. De ahí su famoso aforisma: «Puedes llevar el caballo a la fuente, pero no puedes obligarlo a beber».
Precisamente sobre la muerte de la confianza en la política monetaria Keynes inventó la política fiscal: si no es posible depender de la liquidez y de la moneda, para salir de la crisis el gobierno debe invertir en gasto público, en carreteras y puentes reales, que no dependen (salvo en mínima parte) de las expectativas de la gente, y de este modo desbloquear el sistema y aumentar el empleo y el PIB.
Con el segundo Keynes, en la macroeconomía y en la política económica entra la incertidumbre en la base de todo el sistema. Esta es la verdadera modernidad: el mundo se ha vuelto muy complejo, las personas con sus emociones y sus vísceras importan mucho; el mundo sencillo y ordenado que conocíamos antes ya no existe, y debemos lidiar verdaderamente con la complejidad.
Cuando se abordan sistemas complejos, siempre es necesario desconfiar de las soluciones simples, como muchas de las ideas que circulan en estos últimos tiempos. Muchos piensan que es posible salir de la crisis económica maniobrando sobre monedas reales o imaginarias: una ilusión contra la que Keynes reaccionó con éxito.