Editorial – Número especial de Atlantide con ocasión del Meeting de Rimini 2019.
Luigino Bruni
Original italiano publicado en Atlantide el 17/08/2019
The Economy of Francisco. Este es el título elegido por el Papa para convocar, en Asís, a jóvenes economistas y emprendedores de todo el mundo, e invitarles a pensar y mostrar una economía distinta de la que hoy excluye y “mata” a millones de personas en toda la tierra. ¿Por qué ir hasta Asís a buscar una nueva economía? ¿Y por qué evocar el nombre de Francisco para semejante empresa, cuando este dulcísimo nombre está universalmente asociado a la pobreza, a la renuncia a todas las posesiones y a la libertad de los pájaros del cielo y los lirios del campo? ¿No era la economía del dinero la lógica de Bernardone y la economía de la salvación la de su hijo Francisco? Creo que estas, entre otras, serán algunas de las preguntas sobre las que se trabajará en Asís del 24 al 28 de marzo de 2020.
Para empezar, podemos intentar decir algo acerca de los motivos por los que no es tan absurdo como parece relacionar Asís, Francisco y la economía. Y también recordar que iremos a la ciudad del poverello en nombre de los dos Franciscos: el santo de Asís y el papa Francisco, uno al lado del otro, juntos para mejorar el mundo, para escuchar y tomar en serio a los jóvenes, que no tienen solo energía, entusiasmo, gratuidad y belleza: los jóvenes también tienen un pensamiento, concretamente un pensamiento económico, y el Papa lo quiere conocer.
El santuario del despojamiento es uno de los lugares franciscanos más importantes de Asís. Allí Francisco cortó definitivamente con su vida anterior, “cortó la esterilla” como se suele decir en China cuando un discípulo se separa de su maestro. Este gesto puso fin a su participación en las riquezas mercantiles de su padre, para dedicarse por entero a su nueva vida: “Citado ante el obispo […] se quita toda la ropa y la deja en tierra, devolviéndosela a su padre” (Tomás de Celano). Francisco se queda desnudo, como un nuevo Adán, un nuevo Cristo crucificado y abandonado que se arroja en brazos de su Padre. Es una nueva creación, una resurrección, el primer día del mundo. Como Job, Francisco renace desnudo como había salido del seno de su madre. Al alba de toda vocación auténtica – religiosa, civil, artística, científica… – siempre hay una etapa en la que despojarse. Aparece cuando la persona llamada comprende, con el lenguaje invencible de la carne y de la sangre, que debe “resetear” su propia existencia, que debe comenzar de cero como si hubiera nacido en ese momento, porque verdaderamente está renaciendo. Todas las grandes aventuras espirituales de la humanidad han nacido de una muerte y una resurrección, de un despojamiento radical. Como el día de la resurrección, cada nuevo cuerpo resucitado deja en el sepulcro el sudario doblado en un lugar aparte. Aquellos que han vivido este momento en su vida lo recuerdan como una gran bendición, como la primera hora de un nuevo día infinito, que solo se parece, en verdad y fuerza, al último día, cuando dejaremos nuestra ropa para siempre en el último despojamiento, el más verdadero y el más grande. Volvemos a empezar, renacemos. Y para poder alzar este nuevo y loco vuelo cualquier ropaje es solo un lastre que nos ancla al suelo. Por eso hay que dejarlo doblado en un “lugar aparte”. Francisco era hijo de mercaderes y por tanto era hijo de una rica ciudad burguesa, medieval; era expresión de los comerciantes que todavía hoy se encuentran por las calles de Asís vendiendo paradójicamente estatuas y recuerdos de aquel Francisco que dijo “no” a una economía determinada.
Esta es la razón por la que el gesto de Francisco supone el comienzo de otra economía completamente distinta de la de Bernardone. Su acto dio paso a una oikos-nomos distinta, a un nuevo gobierno de la casa, no guiado por la búsqueda de beneficios y ganancias, a un reino donde la moneda no es el oro ni la plata sino la charis, la gratuidad. En la economía de Francisco los únicos activos – de valor infinito porque son impagables como el agape – son las cornejas de Bevagna, el leproso de Rivotorto, el lobo de Gubbio, y sobre todo Cristo, el amor de los amores, de quien se enamoró hasta la locura. Los cambios económicos comienzan diciendo: los verdaderos bienes no son el oro y la plata, sino otros, invisibles pero muy reales. Por eso algunos de los más importantes teóricos de la economía medieval fueron franciscanos (Scoto, Ockam, Olivi, Bernardino de Siena…) y de los franciscanos de la Observancia en el siglo XV (Santiago de la Marca, Juan de Capistrano, Marcos de Montegallo…) nacieron los Montes de Piedad, proto-bancos civiles, las primeras instituciones de microcrédito sin ánimo de lucro. Nacieron para curar la usura.
De la pobreza elegida libremente por los franciscanos nacieron instituciones sine merito (como se decía) para liberar a los pobres que no habían elegido la pobreza sino que la padecían. Sine merito: sin mérito. Para poner de relieve su naturaleza de instituciones humanitarias o filantrópicas, se negaba la presencia del mérito. Algunos siglos antes, Bernardo de Claraval describía la pasión de Cristo como donum sine pretio, gratia sine merito, charitas sine modo: don sin precio, gracia sin mérito, amor sin medida. Para expresar el don, se excluía el precio; para expresar el amor, se eliminaba la medida; para expresar la gracia, se negaba el mérito. Mérito, precio y medida por un lado; don, gracia y amor por el otro. Sin embargo, nuestra economía ha vuelto a juntar estas palabras, sin entender que, para comprender y amar ciertas palabras grandes, solo se pueden unir a otras pocas palabras grandes, no a todas.
Así pues, el despojamiento de Francisco generó bancos. La primera gratuidad hizo nacer una economía y una civilización de lo gratuito, que liberó y sigue liberando a multitud de pobres. Solo quien conoce la gratuidad puede dar vida a nuevas economías, porque la gratuidad es la que da su justo valor al dinero, a los beneficios y a la vida. En nuestro mundo hay una necesidad infinita de gratuidad, de charis, de fraternidad. La invitación del Papa es fuerte, profética y urgente. Muchos jóvenes ya están respondiendo, otros lo harán. Hay una enorme necesidad de una economía de Francisco y solo los jóvenes la pueden hacer realidad.
¿Qué haremos en Asís? No lo sabemos. Probablemente visitaremos el inmenso ciclo de la vida de San Francisco, de Giotto. Y allí, encantados y encadenados por esa belleza infinita, reflexionaremos también sobre un detalle: el único episodio que falta en esas veintiocho maravillosas escenas es el beso de Francisco al leproso de Rivotorto. Y sin embargo aquel beso fue un episodio central, decisivo en la vida de Francisco y del franciscanismo. ¿Por qué no entró en este ciclo pictórico? Porque los burgueses de Asís, los financiadores de la basílica, no querían que el mundo entero recordara que en Asís había leprosos. Los ricos pueden donar mucho dinero para los pobres, pero generalmente no los quieren ver (y muchos menos abrazar).
Son leprosos descartados por la historia y por la narración de la historia. La primera pobreza de muchos pobres es que no son vistos ni se habla de ellos. El capital narrativo es uno de los primeros capitales esenciales del que se ven privados. Después, tal vez, descubriremos que Francisco compuso y cantó el Cántico de las criaturas en la Porciúncula, en 1225, cuando se acercaba su muerte. Estaba muy enfermo, casi ciego, en una celda infestada de ratones, devorado por el dolor físico y moral por una orden franciscana que él había fundado y que sufría divisiones y protestas por la radicalidad evangélica del poverello. Allí, en esa noche oscura, floreció este cántico como la flor del mal. Solo con los estigmas es posible sentir y llamar verdaderamente hermanos al sol y a la luna, al agua y a la muerte. Entre otras cosas, porque el sol, la luna y las estrellas eran los astros que los pueblos cananeos y babilónicos adoraban como dioses y contra los que la Biblia combatió duramente en su lucha anti idolátrica. Como Job, que, cuando la vida y Dios le hicieron caer rostro en tierra, sintió hermanos a los gusanos.
El Cántico al hermano sol es una oración pero también una síntesis teológica y sapiencial de una existencia vivida enteramente en el loco seguimiento de Cristo. Allí están presentes, invisibles, el despojamiento ante su padre Bernardone, la predicación a los pájaros, el lobo de Gubbio, el sueño del Papa Bonifacio y el beso al leproso. La ecología franciscana es capaz de llamar hermanas a las criaturas, sabe intuir una fraternidad cósmica, porque el primer hermano al que ama es el pobre descartado. No es franciscana la ecología que salva al animal y a la planta y deja morir al hombre. Cuando el Papa Francisco eligió el título de Laudato Si’ para su encíclica sobre la ecología y la economía nos recordaba que el Cántico de las criaturas comienza en Rivotorto con el abrazo al leproso; y que la economía circular, verde y sostenible es también la economía de Francisco solo si comienza a partir de los leprosos de hoy, para después, junto con ellos, desde los montones de estiércol de nuestras ciudades, levantar la mirada hacia la fraternidad cósmica y entonar Laudato si’.