Luigi Delfi, promoción 1947 y empresario EdC de la primera hora, llegó al final de su aventura terrenal el 16 de febrero de 2025. El emotivo recuerdo de Elisa Golin
Elisa Golin
En los faros que tanto amaba diseñar y que con los años fueron instalados en las motos de importantes casas de motocicletas nacionales e internacionales, veía una metáfora preciosa de las relaciones dentro y fuera de la empresa, ese conjunto de prismas distintos y firmemente unidos que aseguran una buena luz y, por ende, un buen camino.
En 1991 había fundado la Ecie - Electric Components and Instruments Europe – justamente con este motivo: iluminar el mercado no solo con faros, sino también con una nueva cultura para recorrer un camino diferente en la realización de una empresa, tal como la Economía de Comunión, desde el origen, lo sugería.
En este camino, yo tuve el privilegio en 2003 de conocer a Luigi, y de recorrer un tramo de la vida con él y su familia. Ya he escrito y contado otras veces acerca de nuestro encuentro y del trabajo que hicimos juntos. Ahora es un tiempo distinto para cada uno de nosotros. Miro entonces ese regalo que fue haberlo conocido, no por hacer un balance, sino para hacer renacer lo que heredé de él, lo que nos hizo amigos y cómplices, y lo que nos tuvo unidos.
Luigi Delfi tenía la edad de mi mamá. Tal vez por eso me enseñó cosas parecidas y complementarias sobre la vida.
Algo que aprendí de Luigi Delfi es que nunca se termina de aprender, y que si de algún modo se termina de aprender se termina de vivir, sobre todo por dentro, en el corazón y en la mente.
Aprendí el valor de la curiosidad, y también de la intuición. Para alguien como él, es también el don de una visión anticipar aquello que todavía no está pero que va a estar, y que por eso también depende de nosotros: aprendí el sentido del compromiso para dar concreción a esa intuición, un compromiso a veces obstinado y sin descanso, tenaz y sin límites.
Aprendí que un hombre que se hace a sí mismo no necesariamente conserva para sí los recursos ganados y los talentos valorizados, por más orgulloso y celoso que sea, sino que los sabe poner en juego, compartirlos a dos manos para que puedan ayudar y dar frutos, atreviéndose a sembrar tanto en terrenos fértiles y preparados como en suelos visiblemente áridos, pretendiendo – y a veces obteniendo – la misma medida de generosidad y de productividad.
También aprendí el valor del detalle, de la meticulosidad que no me caracteriza pero que me fascina, y del riguroso cuidado al que cada detalle tiene derecho.
Luigi me enseñó a no contentarme nunca, ni de mí ni de los otros, a ser exigente sin volverme selectiva, a esforzarme por mejorar, manteniendo siempre humildad y comprensión, por mí y por los demás.
Me enseñó que los encuentros que te cambian la vida – con personas, ideales, valores – deben marcar la diferencia también en la vida profesional, deben ponerse de manifiesto: y si son grandes ideales como los que nos hicieron conocer, deben constituir un nivel cada vez más alto de nuestro empeño por la excelencia.
Me enseñó que las raíces tienen un valor inmenso, en esa paradoja de ser siempre un anclaje seguro y la condición para extender las ramas por todas partes: por eso, los vínculos familiares, las transiciones generacionales, la hospitalidad, la memoria, la amistad, aun a la distancia del tiempo y el espacio, tienen algo de sagrado, algo a lo que ser fieles y a lo que volver.
Me enseñó que no es cierto que detrás de un gran hombre hay una gran mujer. A las grandes mujeres de Luigi, Anna y Erika, las encontré siempre formando equipo con él: a su lado, en un tándem de tres plazas, en cordada.
Algo que aprendí con Luigi es que la gratitud no siempre es de este mundo, que la reciprocidad no correspondida es una herida que no cierra, porque no todas las historias exitosas tienen un éxito infinito, pero mantienen el valor, y aun terminando en la duda, lo son todavía más.
Luigi Delfi me hizo descubrir nuevos mundos y lugares, que ahora son parte de mi ser:
… la fascinación por las luces, los faros y las lámparas, los fenómenos de refracción y cromado (aunque no deje de ser un marciano en la ingeniería)
… la diversión al apostar por la hora en que no hay cola en la barrera del Milano Est
… el poder milagroso de los juegos de mesa (¡sobre todo si son de madera!) para resolver los conflictos más profundos y para encontrar la solución inesperada a problemas técnicos u organizativos
… el panorama que se abre en Campo Tures, cuando empieza el Valle Aurina y cuando un pedazo de mi corazón se siente en casa.
Le estaré siempre agradecida.