Cuando se tiene suficiente valor para salir del pensamiento dominante y gestionar la empresa pensando en lo que es verdaderamente justo para los empleados, el medio ambiente y la comunidad, los resultados pueden ser “sencillamente extraordinarios”...
Beatrice Cerrino
“No nos limitemos a llorar la muerte precoz de Olivetti, pensando que su modelo de fábrica-comunidad ha acabado con él. Más bien, vayamos en busca de los “Olivetti” de hoy que, con su trabajo diario, siguen traduciendo ese sueño en realidad”. Esta era la provocadora conclusión de un encuentro, que tenía poco de conmemorativo y suscitaba interiormente al menos una pregunta: “¿Será verdad?”. Toparse con Abdullah Al Atrash, un joven italo-sirio, empresario en los Emiratos Árabes, licenciado en economía y comercio por la Universidad de Ancona y con un master del Instituto Adriano Olivetti, despeja el campo de dudas.
Durante el master descubre que el modelo económico dominante que ha aprendido en la Universidad no es el único posible, que puede existir una forma nueva de hacer empresa, Y se propone intentar esta vía precisamente en Dubai, en los Emirato Árabes, a donde se traslada con su mujer, Manuela, para dirigir una fábrica de pinturas para madera, fundada por su padre y sus hermanos, llamada MAS paints. Comparte con su mujer la experiencia del Movimiento de los Focolares, que refuerza el vínculo con otros tres empresarios y directivos del proyecto Economía de Comunión.
Me encuentro con él en el Polo Lionello Bonfanti. Nos detenemos en los locales de la muestra SCIC (Muestra multimedia de la economía social, civil y de comunión), delante de la frase de Olivetti “Yo pienso la fábrica para el hombre y no el hombre para la fábrica”. La pregunta surge espontánea: “¿Qué significa esto para ti?”. A partir de ahí surge el relato arrollador, extraordinario, de lo que para él es la normalidad.
Sus doscientos empleados son inmigrantes procedentes de países pobres del subcontinente indio y de Filipinas. En sus países la usura es muy común. Un visado para emigrar en busca de un trabajo más seguro cuesta mucho dinero, por lo que se ven obligados a vender el poco oro de la familia, si es que lo tienen, o a pedir prestado el dinero a los amigos. Con todo, la mayoría tiene que recurrir a los prestamistas, endeudándose para toda la vida. Es una situación insostenible que Abdullah conoce bien, porque habla, largo y tendido, con sus empleados. Entonces se le ocurre la idea de crear un banco empresarial para prestarles dinero con un tipo de interés negativo. ¿Cómo lo hace? Les concede la cantidad necesaria para cancelar el préstamo con el usurero, de modo que el trabajador pueda empezar a pagar su casa y a mantener a su familia con el dinero que gana, obligándose a devolver el préstamo en plazos mensuales cuyo importe es decidido por los propios trabajadores. “¡No es un regalo, no es beneficencia, es un derecho!”. Además, la empresa utiliza parte de los beneficios para pagar los gastos médicos y educativos de todas sus familias, además de ayudar a numerosas asociaciones de voluntariado en Italia y en el extranjero.
¿Una locura? Diría que no. Mediante un cuidado control de gestión, Abdullah puede confirmar que los trabajadores, al recibir este trato, se sienten motivados a producir más y mejor, aumentando el sentido de pertenencia a la empresa e inevitablemente la dedicación. Crece la comunidad.
Inmediatamente surge una pregunta maliciosa: Dado que fabricáis pinturas, ¿cómo estáis con respecto al medio ambiente? La respuesta también en este caso es categórica: “Antes de que hubiera una legislación en el país, decidimos aplicar la normativa europea, efectuando una cuidada separación de los residuos y utilizando filtros potentes que evitan la contaminación del aire, la tierra y el agua. Debajo de nosotros está el mar… ¡es un deber!”. En realidad, si hiciéramos una comprobación, descubriríamos que por desgracia pocas empresas lo hacen. También con respecto a la seguridad en el puesto de trabajo el compromiso es total, instalando máquinas elevadoras para evitar sobreesfuerzos inútiles a los trabajadores; comprando las mejores mascarillas de protección para el polvo, aunque en el mercado se puedan comprar otras más baratas, calzado, cascos, gafas. Al trabajar no solo con pinturas al agua, sino con potentes disolventes, también los dispositivos para la prevención de incendios son de la mejor calidad, aunque esto no sea lo más habitual.
“Aroma de humanidad” dice que percibe Abdullah durante su estancia en Loppiano. La misma humanidad con la que ha querido preparar a sus hijos para el encuentro con la realidad. Lo ha hecho escribiendo un cuento exquisito y delicado, como él, publicado en un libro cuya lectura os aconsejo vivamente 1.
1 - Abdullah Al Atrash, Come un secondo prima di vederti, Edizioni Italic Pequod.