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Francisco y el pacto para cambiar el mundo con 500 jóvenes, futuros líderes.

Mind the Economy, serie de artículos de Vittorio Pelligra en Il Sole 24 ore.

Vittorio Pelligra.

Original italiano publicado en Il Sole 24 ore del 19/05/2019

Quinientos jóvenes de todo el mundo, la mitad emprendedores y la otra mitad economistas, todos rigurosamente menores de 35 años, se encontrarán en Asís del 26 al 28 de marzo del año que viene para participar en “The Economy of Francesco”. Les ha convocado hace unos días el mismo Papa Francisco, con una carta en la que propone un pacto para “cambiar el mundo”, para pensar y hacer realidad juntos un sistema económico más justo, inclusivo y sostenible.

El Papa, que ha encargado la realización concreta de la iniciativa al Obispo de Asís, monseñor Sorrentino, y al economista Luigino Bruni, como coordinador científico del evento, quiere establecer una alianza con los futuros líderes mundiales. Son jóvenes que hoy ya están plasmando con sus empresas innovadoras el mercado global de mañana y economistas que describirán su funcionamiento e influirán con sus ideas y teorías, que pronto se transformarán en políticas económicas y en visiones del mundo.

El Papa les pide ayuda para dar, juntos, un alma a la economía. Hay muchas cosas que hacer. Hay que reconstruir un panorama más allá del bienestar material y el imparable comercio internacional que excluye y pesa sobre el planeta de manera insostenible. Hay nuevas y viejas pobrezas que persisten y tienen en jaque a millones de personas. Las desigualdades crecen a un ritmo inimaginable, con una impresionante concentración del poder y la riqueza. La devastación del medio ambiente, ante la cual parecemos al mismo tiempo inconscientes e impotentes, va acompañada de escándalos, fraudes, corrupción, especulación, rentas y exclusión. Es un panorama en gran medida insoportable,y ya no funciona la coartada de la ideología del derrame (trickle-down) o de la curva medioambiental de Kuznets, o de otras perspectivas de “magníficas y progresivas suertes”.

Pero hay otro punto, tal vez más fundamental, sobre el que será importante reflexionar en Asís. Se trata de un tema que se relaciona con los anteriores de modo, tal vez, no inmediatamente evidente, pero que está en la base de muchos de los fracasos que hoy está experimentando la economía global. Atañe a la visión de persona que hoy subyace en los modelos económicos, a la conceptualización de las motivaciones, a los modos de acción y a los fines que los decisores económicos, productores, consumidores, ahorradores e inversores se dan y persiguen. Este tema, la visión antropológica subyacente en la teoría económica es fundamental, porque, como ya intuía Benedicto XVI en la “Caritas in Veritate”, sobre todo hoy “la cuestión social se ha convertido radicalmente en cuestión antropológica”.

En el siglo II, Claudio Tolomeo elaboró una serie de modelos geométricos para representar el movimiento de los cuerpos celestres conocidos en su tiempo. Los modelos eran complejos. No eran simples órbitas circulares, porque debían “salvar los fenómenos”, es decir, debían tener en cuenta algunas anomalías de los movimientos planetarios que entonces ya se conocían. Para hacerlo, Tolomeo utilizó artificios geométricos como los epiciclos, los deferentes y los excéntricos. Todos ellos necesarios para poner de acuerdo la teoría y las observaciones.

Contrariamente a los pitagóricos, Tolomeo y antes de él Gemino de Rodas estaban convencidos de que las descripciones matemáticas del universo no representaban la verdadera naturaleza de los fenómenos descritos, sino que eran sencillamente representaciones coherentes con los fenómenos observados; instrumentos útiles para prever la evolución de los movimientos planetarios. Se llegó incluso a demostrar que en algunos casos era posible usar modelos radicalmente diferentes, uno basado en un “excéntrico móvil” y el otro en un “epiciclo deferente”, por ejemplo, para explicar el mismo conjunto de observaciones. La misma realidad descrita de formas completamente alternativas.

La conclusión es que no existe un modelo verdadero sino un instrumento útil, porque la tarea del astrónomo, para Tolomeo, consiste en construir representaciones matemáticas de la realidad que coincidan con las observaciones y no tanto realizar hipótesis sobre los fenómenos reales que generan tales observaciones. Todos los modelos ponían a la tierra en el centro de las órbitas de los planetas. El punto central de la cuestión es que, bien sea que se usen los epiciclos o los excéntricos, bien sea que nuestros modelos sean heliocéntricos o pongan la tierra en el centro, los planetas seguirán moviéndose según sus leyes y su naturaleza, independientemente del tipo de descripción matemática que se da de su comportamiento. Usar una u otra teoría no modificará ciertamente su órbita.

Una posición en cierto sentido parecida es la que propuso en el ámbito económico Milton Friedman, en una famosa publicación de 1953, donde se discutía el papel del realismo de las suposiciones en los modelos económicos. La tesis de Friedman, que se llamó después “instrumentalismo”, sostenía que el realismo de las suposiciones sobre las que se construyen las teorías económicas, como la maximización del beneficio de la empresa, por ejemplo, o la racionalidad y el auto-interés de los consumidores, no debían ser utilizadas como criterio para valorar la bondad de los propios modelos, que, por el contrario, debían ser juzgados en virtud de su capacidad de prever los fenómenos objeto de análisis o de “salvar los fenómenos”, como habría dicho Tolomeo.

Ahora bien, entre las dos posiciones hay una diferencia fundamental: mientras en astronomía, la teoría utilizada para describir los fenómenos no tiene ningún tipo de influencia sobre la realidad objeto de observación, en economía, así como en las demás ciencias sociales, esta relación existe. “El observador proyecta su sombra sobre la realidad que observa”, escribiría después Wittgenstein.

Según la conocida tesis de la “doble hermenéutica”, en las ciencias sociales, a diferencia de lo que ocurre en las ciencias físicas, las teorías tienden a autorrealizarse. Los modelos, más o menos completos, más o menos realistas, son usados no solo para describir la realidad sino también para proyectar políticas, para diseñar instituciones, para regular el funcionamiento de organizaciones y sociedades. Se escriben contratos, se elaboran esquemas de incentivos, se implementan modelos de dirección y si el modelo de agente económico que informa estas actividades es incompleto o excesivamente estilizado, existe un peligro concreto de producir efectos indeseados y muchas veces contraproducentes. Es emblemático, en este sentido, el ejemplo de la cultura directiva y el papel que juegan las escuelas de negocios a la hora de producirla y difundirla.

Sumantra Ghoshal, influyente economista indio de la London Business School, disparó las alarmas hace unos años con un artículo significativamente titulado “Bad Management Theories Are Destroying Good Management Practices” (Academy of Management Learning & Education, 2005, 4(1), pp. 75–91). Sostenía que unas “malas” teorías directivas habían tenido un impacto significativo y una influencia crucial en la génesis de algunos escándalos empresariales y seguidamente en la crisis financiera que estallaría pocos años después, porque habían impuesto a generaciones enteras de directivos, crecidos en los círculos de las más prestigiosas escuelas internacionales de administración de empresas, una visión del mundo fuertemente ideológica y totalmente desvinculada de cualquier sentido de la responsabilidad moral.

Muchos de los peores excesos que, en estos años, han conducido a escándalos extraordinarios y a fracasos clamorosos, encuentran su raíz en el instrumental directivo y económico creado en estas escuelas a lo largo de los últimos treinta años, sostenía Ghoshal. Las descripciones incompletas del mundo económico determinan efectos nefastos en la vida no solo económica de millones de personas. Sin embargo, hoy la economía comportamental, la psicología cognitiva y las neurociencias sociales nos ofrecen instrumentos potentísimos para comprender a fondo las dinámicas decisionales y motivacionales también en el ámbito económico. Ahora el paso siguiente consiste en hacer operativos estos conocimientos. Comenzar a pensar, por ejemplo, en políticas públicas y en proyectos de instituciones basadas en una visión antropológica menos caricaturesca que la del homo oeconomicus, es decir que tengan en cuenta cómo son realmente las personas y no cómo deberían ser o nos gustaría que fueran; cómo todos nosotros efectivamente tomamos nuestras decisiones, y no sobre un modelo de racionalidad y auto-interés cuya falsedad ha sido demostrada por los hechos.

Si las cuestiones sociales encuentran su origen y raíz en las visiones antropológicas, realizar progresos en esta dirección nos ayudaría a ver bajo una luz diferente fenómenos tales como la desigualdad, el crecimiento sin trabajo, los bienes comunes globales, el suicidio medioambiental, las transformaciones en los modos de producción, las nuevas formas de deprivación y tal vez incluso a elaborar instrumentos innovadores para afrontarlos y, quién sabe, tal vez dar pasos para encontrar nuevas soluciones. Creo que los quinientos jóvenes invitados a Asís por el Papa Francisco, que no por casualidad son empresarios y estudiosos juntos, praxis y teoría en diálogo, con sus ideas y visiones, con sus prácticas y sus elecciones contracorriente, pueden representar un gran recurso generador de novedad, esperanza y cambio para todos nosotros.

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